Lecturas de filosofía perenne para la reflexión y el despertar. Visita tambien nuestra web www.nixipae.com sobre las Ceremonias de Medicina y Plantas Maestras
30 de diciembre de 2015
Utilizar la rabia con sabiduría, por Dr. Robert Masters
29 de diciembre de 2015
"Si tienes algo, algo que te da alegría, paz y éxtasis, compártelo" - Osho
17 de diciembre de 2015
Continuación y final de la historia de Kaametza y Narowe que no tiene final
Narowé sin embargo vio a Kaametza, la pudo distinguir bien claro, nítida y ahí nomás se levantó hacia ella y ella lo recibió sabiendo todo. Lo dejó entrar, abriéndose. Así como el río Inuya penetra al río Urubamba, así entro Narowé sonando fuertemente, todas las tempestades de su cuerpo fundidas dentro de una fervorosa corriente yendo hacia atrás, mintiendo, regresandoinsistiendo. Lo mismo que el Inuya. Y Kaametza fue cielo, se hizo cielo para que el sol nacido de su cuerpo, ascendido y ardido por su cuerpo entre dos mediodías, consiguiera retornar y volver a caer hacia el crepúsculo mezclando su luz blanca con la sangre del cielo. Abrazados, mejor que obedeciéndose, Kaametza y Narowé fabricaron la vida, pegaron la existencia con goma fulgurante y sangrante, y todo limpio, todo sin fronteras, la plenitud de sus cuerpos como lenguas recorriéndose en una sola miel honda y salada.
Sobre la sangre del otorongo negro, revolcándose en un mismo vértigo despacioso, conocieron el amor. Sobre esa sangre todavía caliente, ahí fue que se amaron. Descubrieron sus cuerpos y el fuego y la tristeza de los cuerpos, y el vacío, no la primera ceniza sino esa otra que ofende después de los incendios, y el silencio, y la idea de lo inevitable, de la muerte que habita en todo lo que vive, todo lo descubrieron.
Así, al menos, me lo contó Inganíteri. Y dijo que Kaametza y Narowé llegaron juntos, juntos, al placer. Y que cuando gozaron, exactamente en el instante en que ambos gozaron, ahí fue que en el mundo se inventó la luz.
-Del primer goce del primer amor nació la luz, sobre toda la tierra se hizo la luz -me dice don Javier.
-Kaametza y Narowe hicieron la luz al hacer el amor, así fundaroon la nación ashaninka, nuestra primera humanidad, el pueblo campa.
Te será concedido conocer la verdad, la mentirosa cara de la verdad y la verdad sin tiempo. Verás las tres orillas. El resplandor y la sombra de la sangre del tiempo, del tiempo que a la vez es uno y todos...
Con voz extraña me habla don Javier, como si otra persona lo habitara de antiguo y hoy saliera sonando por su boca clausurada.
-Ahora sí ya es tiempo, puedo confiarte el resto de la historia que me contó mi compadre campa Inganíteri. Y tú, ahora sí, puedes oírla... Volvamos junto a Kaametza, en donde la dejamos. No. Mejor vámonos en busca de su esposo, el primer hombre, el que su cuerpo dio a luz por primera vez. Él requiere más que nadie de esperanza y de compañía. Y te contaré por qué. Sabrás en qué momento y por cuáles motivos se volvió inconsolable aquel que antes sólo supo ser dichoso: Narowé...
-Se hizo, pues, la luz- prosigue don Javier con voz ajena-. Del placer compartido fue que nació la luz. Y el sol, el Padre Inti, nació junto con la Luna, la Madre Killa, en una sola luz: Intikilla, y junto con las estrellas. Porque en ese primer entonces el día y la noche vivían dentro de un único uno, no había diferencia, de día era y de noche era al mismo tiempo. Y en el medio: Kaametza y Narowé, felices. Hasta que pasó lo que pasó. Narowé despertó y no encontró a Kaametza. En su despertar no la encontró. Volvió a dormirse. Pero tampoco la encontró en su sueño. Y despertó otra vez. Y otra vez se durmió. Y volvió a dormir y a despertar hasta que su vigilia fue su sueño, su más único sueño, Intikilla, y ambos eran desiertos ante los ojos de su corazón. A la sombra de aquella pomarrosa soñó que despertaba y la pomarrosa no tuvo más sombra para él: ya Kaametza no estaba. La pomarrosa sola, sin soledad siquiera, se regresó a ceniza. Igual que cuando todavía no había nacido, todo se volvió sombra, polvo de sombra fría frente al alma sin párpados de Narowé. Su propio cuerpo retorno a cuchillo de hueso de ceniza. Narowé miró el cielo. También el cielo regresó a ceniza. Miró pájaros, pajonales, ríos, piedras, y piedras y ríos y pajonales y pájaros se volvieron ceniza. Pero eso sucedía solamente en su sueño. En su vigilia era peor: el mundo proseguía sin Kaametza.
En lugar de Kaametza el mundo sólo miró una huella larga. Y Narowé se abalanzó, fue un desespero desoriéntandose entre la maraña de mentiras, de ausencia, de senderos fangosos. Cuatro siglos anduve sin poder encontrarlo. Cuando ya me creía despoblado, el esposo sin esposa surgió detrás de mí. Algo como un reproche manaba de sus ojos, entendí que era lástima. Pues yo no avanzaba, atolondrándome, en verdad no avanzaba. No iba ni en su busca ni en busca de nadie. Estaba huyendo. Huyendo de mi sombra, de mí mismo, del primer miedo, de esa inútil lluvia.
-Cuando Narowé despertó sin Kaametza, el día se separó de la noche. Y Narowé conoció la soledad. Luego de la segunda soledad conoció la cólera. Y cuando fue inaugurado por la rabia fabricó el primer arco y la primera flecha. Y de un solo flechazo derribó a la luna, a la primera luna que tuvo nuestro mundo, porque tú has de saber que la que ahora vemos es la cuarta luna que acompaña a la Tierra. La luna entonces era un tronco hueco. Narowé la derribó y comenzó a golpearla con un palo. Y la luna sonó, retumbó fuerte, lejos, bajo la furia de Narowé reclamando a Kaametza e invocando venganzas. Y pasó el tiempo en vano. Ahí fue que el tiempo se amansó y dividió. El tiempo pasó en vano y nadie respondió a Narowé. Y Narowé conoció el sabor de las lágrimas. La pena conoció. De pena, de abandono, se puso a llorar y a maldecir sin término. Cuando las dos ánimas de su rostro se secaron, ya Narowé se encontraba en el fondo de un insondable río. Así fue, y no de otra manera, que nació el Amazonas. "De los párpados huérfanos de nuestro padre brotó el río Amazonas..."
Y don Javier, por fin con voz que reconozco:
-Ahora mismo se halla Narowé, en el fondo del río, rascando las crecientes, los desbordes, perdonando a la luna, musitando. Porque la verdadera luna continúa en el fondo del río-mar, abajo. Y esa otra que vemos en el cielo no es sino su reflejo...
25 de septiembre de 2015
La "evasión espiritual" - Dr. Robert Masters
9 de agosto de 2015
Three butterflies - Rumi
24 de mayo de 2015
Autobiografía en cinco actos
- Bajo por la calle.
Hay un hoyo profundo en la acera.
Me caigo dentro.
Estoy perdido…me siento impotente.
No es culpa mía.
Tardo una eternidad en salir de él. - Bajo por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la tierra.
Finjo no verlo.
Vuelvo a caer dentro.
No puedo creer que esté en el mismo lugar.
Pero no es culpa mía.
Todavía me lleva mucho tiempo salir de él. - Bajo por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la acera.
Veo que está allí.
Caigo en él de todos modos…es un hábito.
Tengo los ojos abiertos.
Sé dónde estoy.
Es culpa mía.
Salgo inmediatamente de él. - Bajo por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la acera.
Paso por el lado. - Bajo por otra calle.
8 de mayo de 2015
No hay jubilación - Jack Kornfield
2 de mayo de 2015
Fantasía y realidad: la decepción - Chogyam Trungpa
1 de mayo de 2015
Comprendiendo el dukkha, la insatisfactoriedad
26 de marzo de 2015
21 de marzo de 2015
La impermanencia - Sogyal Rimpoche
1 de marzo de 2015
Aqajtzij / Poesía (Humberto Ak´Abal)
27 de febrero de 2015
Todo es merecimiento - Cesar Calvo
2 de febrero de 2015
Imbolc
4 de enero de 2015
La segunda fantasía de Alan Watts
La segunda fantasía consiste en la idea de que todo ser vivo cree que es humano, tanto si se trata de una planta, como de un gusano, un virus, una bacteria, una mosca de la fruta, un hipopótamo, una jirafa o un conejo.
Todos los seres, sea cual fuere su sistema sensorial, creen que están en el centro. Es decir, miren donde miren, tienen la sensación de que son el centro del mundo, del universo. Eso no sólo nos sucede a nosotros, sino también a la mosca de la fruta o el conejo. Alrededor de cada ser hay una serie de asociados que tienen su mismo aspecto, y, en consecuencia, esa criatura sabe que los otros seres como ella son los idóneos, al igual que nosotros sabemos, al mirar a los demás seres humanos, que son los idóneos, son de los nuestros. Una vez establecido esto, es preciso hacer distinciones, desde luego, porque uno nunca sabe realmente que es él y que está en los lugares apropiados si no puede compararse y contrastarse con otras personas que no acaban de estar en el sitio apropiado, y algunas otras que están sin duda donde no les corresponde. Por medio de esta sucesión de comparaciones, uno sabe que sus características y su posición son las correctas. Los demás animales, incluso los insectos, tienen exactamente la misma comprensión de este convenio.
—Un momento —objeta usted—. Los insectos y los peces no tiene ninguna cultura. ¿Qué quiere usted decir con eso de que los peces tienen derecho a considerarse de la misma manera que lo hacen los humanos? Permítame presentar el argumento desde el punto de vista de los peces, los cuales piensan: «Los seres humanos son un desastre. Mirad lo que hacen: no pueden existir sin amontonarse y llevar toda clase de cosas fuera de sus cuerpos; han de tener casas, auto-móviles, libros, discos, televisión, equipos de alta fidelidad y objetos, innumerables objetos, y llenan la tierra de basura».
Considere el punto de vista de un delfín (no es un pez verdadero, sino un mamífero) sobre la raza humana. Los delfines se pasan la mayor parte del tiempo jugando; no trabajan porque el océano es su almacén de alimentos y tienen en él cuanto necesitan. Un delfín puede nadar a la velocidad de un barco, introducirse en la estela y colocar la cola en un ángulo exacto de 26°, haciendo así que la corriente le transporte. El delfín traza círculos alrededor del barco sólo por diversión, y se pasa la vida jugando en el agua. Sabemos que el cerebro del delfín es tan grande., si no más, como el nuestro, que tiene un inteligencia increíble y un lenguaje que no podemos descifrar. Un amigo mío, el doctor John Lilly, llegó a la conclusión de que los delfines son demasiado inteligentes para revelarnos su lenguaje, por lo que abandonó su proyecto de averiguarlo. Dijo que ya no mantendría a un ser tan civilizado en el campo de concentración de un zoológico, y que debería regresar al océano. La cuestión es que todo ser, no sólo los delfines, sino todo organismo que tenga cualquier clase de sensibilidad, se considera el centro del universo.
Ahora bien, esta idea tiene sus problemas. Dice un poema zen que «el dondiego de día, que florece durante sólo una hora, no difiere en el fondo de un pino gigante que vive mil años». En otras palabras, una hora es una larga vida para el dondiego de día, y mil años son una larga vida para el pino. Y nuestros 90 años, o la media de vida, que las compañías de seguros establecen entre los 65 y los 70 años, parecen la duración adecuada de la vida humana. Hay personas que quieren vivir más y más, a las que impresiona la inmortalidad y quieren que, a su muerte, sometan su cuerpo a hibernación, por si en el futuro se descubre alguna técnica que permita resucitarlos.
No estoy de acuerdo con esa idea, porque afortunadamente la naturaleza ha dispuesto el principio del olvido tanto como el de la memoria. Si siempre lo recordáramos todo, seríamos como una lámina de papel sobre la que han pintado una y otra vez hasta que no queda ningún espacio, y no podríamos distinguir entre una cosa y otra, o como un grupo de gente que grita y hace más y más ruido hasta que es imposible oír a nadie en concreto. De la misma manera, los recuerdos se convierten en gritos. La naturaleza misericordiosa se preocupa de borrar todo eso para que uno pueda comenzar de nuevo.
No importa la forma en que uno empieza, ya sea como un ser humano, como una mosca de la fruta, un escarabajo o un pájaro, puesto que esa forma percibe de la misma manera que usted percibe ahora. Por eso todos estamos en el mismo lugar, todos tenemos por encima cosas mucho más altas que nosotros mismos, y por debajo cosas que son mucho más bajas que nosotros. Hay cosas a la izquierda y la derecha, delante y detrás. Usted es el centro, en todas partes, siempre.
El gurú tramposo. Alan Watts