Ayahuasca

2 de mayo de 2015

Fantasía y realidad: la decepción - Chogyam Trungpa

Por lo general, las religiones hablan de belleza, poesía, éxtasis y dicha. Sin embargo, según el Buda, debemos comenzar experimentando la vida tal como es. Debemos ver la verdad del sufrimiento, la realidad de la insatisfacción. No podemos pasarlas por alto y tratar de examinar solamente los aspectos sublimes y placenteros de la vida. La búsqueda de una tierra prometida, de una Isla del Tesoro, no hace más que aumentar el sufrimiento. No es posible llegar a tales islas. (…) No podemos empezar soñando, eso no sería más que una evasión pasajera, ya que no es posible evadirse de verdad. 

La meditación no es un intento por alcanzar el éxtasis, la felicidad espiritual o la tranquilidad; tampoco una lucha por mejorarse. Se trata simplemente de crear un espacio en el que podamos dejar al descubierto y desarmar nuestros juegos neuróticos y autoengaños, nuestras esperanzas y temores ocultos. Para producir ese espacio recurrimos a la simple disciplina de no hacer nada. En realidad, es muy difícil no hacer nada. La meditación es una manera de hacer que afloren en profusión las neurosis de la mente para incluirlas en la práctica. Nuestras neurosis son como abono: en vez de botarlas a la basura, las esparcimos por el jardín y así van formando parte de nuestra riqueza. 

Se trata, por lo tanto, de asumir lo que somos en vez de escondernos de nuestros problemas e irritaciones. La meditación no debe ser un recurso para olvidarnos de nuestras obligaciones laborales. Cuando practicamos la meditación, nuestras neurosis se asoman a la superficie en vez de esconderse en el fondo de la mente. La práctica nos permite encarar la vida como algo que es posible manejar. Parece que la gente tiene tendencia a creer que si solamente consiguiera alejarse de todos los ajetreos de la vida, retirándose a las montañas o a la orilla del mar, entonces sí podría dedicarse de lleno a alguna práctica contemplativa. Sin embargo, huir de los aspectos mundanales de la vida equivale a despreocuparse del sustento, del verdadero alimentos que está entre los dos trozos de pan. 

Al tomar conciencia de los detalles de manera precisa, nos vamos abriendo a la totalidad compleja de las situaciones. Como un gran río que va a dar al mar; meditar es más que sentarnos solos, en una postura determinada, y atender a procesos simples; es también abrirnos al entorno en el que ocurren esos procesos. El entorno se convierte en mensajero que nunca deja de enviarnos señales, que siempre nos está enseñando algo o ayudando a entender.

Entonces, antes de gratificarnos con técnicas exóticas, antes de jugar con energías, percepciones sensoriales y visiones llenas de símbolos religiosos, debemos poner en orden nuestra mente, y eso lo debemos hacer a un nivel fundamental. (…) El enfoque del budismo consiste esencialmente en cultivar un sentido común trascendental, en ver las cosas tal como son, sin exagerar nada ni ponernos a soñar con lo que nos gustaría ser. 

Mientras sigamos un método espiritual que nos prometa salvación, milagros y liberación, estaremos atados por la “cadena de oro de la espiritualidad”. Es posible que esa cadena nos embellezca, con sus incrustaciones de piedras preciosas y su delicada orfebrería, pero no por eso dejará de aprisionarnos. (…)

Todas las promesas que hemos escuchado no son más que seducción. Quisiéramos que las enseñanzas resolvieran todos nuestros problemas; quisiéramos recibir trucos mágicos para lidiar con nuestras depresiones, conductas agresivas y conflictos sexuales. Pero ¡qué sorpresa darnos cuenta de que no va a ser así! Es una decepción muy grande comprender que deberemos trabajar sobre nosotros mismos y nuestro sufrimiento y que no podemos depender de un redentor o del poder mágico de técnicas yóguicas. 

Debemos permitir que se produzca esa decepción, porque decepcionarse significa renunciar al ego, al logro personal. Uno quisiera presenciar su propia realización; quisiera ver a sus discípulos celebrándolo en actitud de veneración y lanzándole flores en medio de portentos mientras la tierra tiembla y los dioses y ángeles cantan. Eso no sucede nunca. Desde el punto de vista del ego, lograr la realización supone la muerte absoluta: la muerte del ego, la muerte del yo y lo mío, la muerte del observador. Es la máxima decepción, el chasco total. Andar por el camino espiritual es doloroso. Hay que quitarse una máscara tras otra, sufrir insulto tras insulto.

Esa serie de decepciones nos incita a abandonar la ambición. Nos vamos desmoronando cada vez más, hasta que al final tocamos fondo y nos relacionamos con la cordura fundamental de la tierra. Nos reducimos a lo más humilde y pequeño: un granito de arena, perfectamente simple, sin ninguna expectativa. Una vez que tocamos fondo y entramos en contacto con la tierra, ya no tienen cabida los sueños e impulsos frívolos y al fin nuestra práctica se vuelve manejable. Aprendemos a preparar una taza de té correctamente y a caminar derechos sin tropezarnos. Enfrentamos la vida de una manera mucho más sencilla y directa, y las enseñanzas que recibimos o los libros que leemos cobran un sentido práctico; nos dan confianza y nos estimulan a seguir actuando como granitos de arena, tal como somos, sin expectativas y sin sueños.


Nuestra situación se ha vuelto muy amplia, hermosa y práctica. En realidad, es como una invitación, una fuente de inspiración. Si somos un granito de arena, el resto del universo, -es decir, todo el espacio- es nuestro, que no estamos obstruyendo, invadiendo ni poseyendo nada. Lo que hay es un espacio inmensamente abierto...


El mito de la libertad. Chogyam Trungpa