Ayahuasca

24 de mayo de 2015

Autobiografía en cinco actos

  1. Bajo por la calle.
    Hay un hoyo profundo en la acera.
    Me caigo dentro.
    Estoy perdido…me siento impotente.
    No es culpa mía.
    Tardo una eternidad en salir de él.
  2.  Bajo por la misma calle.
    Hay un hoyo profundo en la tierra.
    Finjo no verlo.
    Vuelvo a caer dentro.
    No puedo creer que esté en el mismo lugar.
    Pero no es culpa mía.
    Todavía me lleva mucho tiempo salir de él.
  3. Bajo por la misma calle.
    Hay un hoyo profundo en la acera.
    Veo que está allí.
    Caigo en él de todos modos…es un hábito.
    Tengo los ojos abiertos.
    Sé dónde estoy.
    Es culpa mía.
    Salgo inmediatamente de él.
  4.  Bajo por la misma calle.
    Hay un hoyo profundo en la acera.
    Paso por el lado.
  5.  Bajo por otra calle.
Sogyal Rimpoché, En El libro tibetano de la vida y de la muerte,
Prólogo del Dalai Lama, pp 59-60


8 de mayo de 2015

No hay jubilación - Jack Kornfield

No importa la versión que leamos, Mara no desaparece. No existe el estado de jubilación en la iluminación, ninguna experiencia de despertar que nos sitúe fuera de la verdad del cambio. Todo respira y gira en sus ciclos. La luna, la bolsa, nuestros corazones, el rodar de las galaxias; todo se expande y se contrae con el ritmo de la vida. Toda vida espiritual existe en el seno de una alternancia entre la ganancia y la pérdida, el placer y el dolor. En el caso de cada uno de nosotros, incluso Buda, sólo soltándonos en esta verdad despertamos a lo que es eterno; la realidad de la libertad.

Para casi todos los ciclos de despertar y apertura son seguidos por períodos de temor y contracción. Las épocas de paz profunda y de un nuevo amor se ven desbordadas por períodos de pérdida, cierre, miedo o el descubrimiento de la traición, para ser seguidos de nuevo por la ecuanimidad del gozo. De forma misteriosa, el corazón se revela a sí mismo como una flor que se abre y se cierra.

Tal como lo expresa un maestro zen:

La iluminación es sólo el comienzo, es sólo un paso en el viaje. No podemos apegarnos a ello en forma de nueva identidad, o tendremos problemas de inmediato. Hemos de regresar a las trifulcas de la vida, para comprometernos con ella en adelante. Sólo entonces podemos integrar lo que hemos aprendido. Sólo entonces podemos aprender la confianza perfecta.

Toda vida espiritual es una preparación para la transición, de un estado a otro, de una circunstancia a otra. El cambio no constituye un enemigo. Al igual que Mara, regresa para pedirle al corazón que esté presente y confíe en niveles cada vez más profundos. 

Estos ciclos ordinarios de apertura y cierre son una medicina imprescindible para la integración de nuestro corazón. En algunos casos, sin embargo, no son simples ciclos, se trata de una caída. Más alto subimos, más bajo podemos caer. Es algo que también debemos incluir en nuestros mapas de la vida espiritual.

Una persona claramente iluminada cae en un pozo ¿cómo es eso?” Un maestro zen recuerda a sus alumnos: “Tras cualquier experiencia espiritual fuerte hay un descenso inevitable, una pugna por encarnar lo que hemos visto”. El pozo en el que caemos podemos crearlo aferrándonos a nuestra experiencia e ideales espirituales o manteniendo ideas fatuas sobre nuestros maestros, nuestra vía o nuestro sí mismo. El pozo puede estar constituido por los temas pendientes de nuestra vida psicológica o emocional; una falta de voluntad a la hora de reconocer nuestra propia sombra, incluir nuestras necesidades humanas, el dolor y la oscuridad que llevamos con nosotros, para comprobar que siempre tenemos un pie en las tinieblas. Por brillante que sea, el Universo necesita también que nos abramos al otro lado.

El éxito no protege de una caída de esta naturaleza; de hecho puede propiciarla. Bhagawn Das, un yogui de casi dos metros, pasó siete años en la India caminando descalzo, meditando en cuevas y cantando en éxtasis los nombres de Dios. Le presentó su guru a Ram Dass, quien convirtió su historia en parte de su clásico Be Here and Now

Regresé a América y de repente me vi en escenarios frente a miles de personas, daba nombre a bebés, bendecía a la gente, y ésta caía en éxtasis a mis pies. Me sentía como un rey pero seguía siendo un niño, un guru de veinticinco años… 
Si juegas con la Madre Divina, ésta jugará contigo, puesto que ella es todo… el deseo, la ira, la lujuria; lo es todo. Si deseas tener un nombre y fama, lo puedes tener; la Madre te lo dará. Pero lo que había conseguido con la práctica había sido producto de la gracia de estar con santos. Mantenemos dicho espacio mediante las bendiciones de los santos. Había empezado a relajarme, frené mi práctica real y lo perdí todo.

La vida espiritual no es una jugada de una sola vez, es un proceso en desarrollo. Tras tres años de “vida espiritual” que fue una fiesta, me cansé y fui perdiendo por completo mi sentido de lo divino.

Veinte años después un amigo me llevó a visitar a un santo. Caí en meditación profunda durante tres horas. Entonces me llegó la voz de mi gurú y deseé cantar el nombre de Dios. Esto es lo que he estado haciendo. Pero esta vez voy con más cuidado, mirando con quien paso mi tiempo. Si creemos haber alcanzado algo, tenemos que ir con más tiento, puesto que todavía podemos perderlo. Si otros pueden aprender de mis experiencias, todo tiene sentido”.

Cuando la mística cristiana Juliana de Norwich dice que no conoce a ningún amante de Dios a salvo de la caída, está transmitiendo la comprensión de que la caída es también voluntad divina. Lo comprendamos o no, Mara regresa. La caída, el descenso y la posterior humildad pueden considerarse otra clase de bendición.

Cualquier éxito que tengamos suele tener una sola cara. Luego, nuestros aspectos menos desarrollados, o “nuestra sombra”, como la denominó Jung, salen a la luz. Son nuestros aspectos más crudos y menos controlados de nosotros mismos. Existen ciertas verdades que sólo podemos aprender en la caída, verdades que aportan plenitud y humildad en la entrega. En los momentos de mayor vulnerabilidad de nuestro corazón, nos acercamos al misterio sin identidad de la vida. Todos necesitamos períodos de fecundidad, épocas de caída, estar cerca del humus de la tierra. Es como si algo en nuestro interior nos frenara y nos llamara. A partir de ese momento, pueden emerger una belleza y un conocimiento más profundos.


Después del éxtasis la colada. Jack Kornfield. 
http://www.muscaria.com/colada.htm





2 de mayo de 2015

Fantasía y realidad: la decepción - Chogyam Trungpa

Por lo general, las religiones hablan de belleza, poesía, éxtasis y dicha. Sin embargo, según el Buda, debemos comenzar experimentando la vida tal como es. Debemos ver la verdad del sufrimiento, la realidad de la insatisfacción. No podemos pasarlas por alto y tratar de examinar solamente los aspectos sublimes y placenteros de la vida. La búsqueda de una tierra prometida, de una Isla del Tesoro, no hace más que aumentar el sufrimiento. No es posible llegar a tales islas. (…) No podemos empezar soñando, eso no sería más que una evasión pasajera, ya que no es posible evadirse de verdad. 

La meditación no es un intento por alcanzar el éxtasis, la felicidad espiritual o la tranquilidad; tampoco una lucha por mejorarse. Se trata simplemente de crear un espacio en el que podamos dejar al descubierto y desarmar nuestros juegos neuróticos y autoengaños, nuestras esperanzas y temores ocultos. Para producir ese espacio recurrimos a la simple disciplina de no hacer nada. En realidad, es muy difícil no hacer nada. La meditación es una manera de hacer que afloren en profusión las neurosis de la mente para incluirlas en la práctica. Nuestras neurosis son como abono: en vez de botarlas a la basura, las esparcimos por el jardín y así van formando parte de nuestra riqueza. 

Se trata, por lo tanto, de asumir lo que somos en vez de escondernos de nuestros problemas e irritaciones. La meditación no debe ser un recurso para olvidarnos de nuestras obligaciones laborales. Cuando practicamos la meditación, nuestras neurosis se asoman a la superficie en vez de esconderse en el fondo de la mente. La práctica nos permite encarar la vida como algo que es posible manejar. Parece que la gente tiene tendencia a creer que si solamente consiguiera alejarse de todos los ajetreos de la vida, retirándose a las montañas o a la orilla del mar, entonces sí podría dedicarse de lleno a alguna práctica contemplativa. Sin embargo, huir de los aspectos mundanales de la vida equivale a despreocuparse del sustento, del verdadero alimentos que está entre los dos trozos de pan. 

Al tomar conciencia de los detalles de manera precisa, nos vamos abriendo a la totalidad compleja de las situaciones. Como un gran río que va a dar al mar; meditar es más que sentarnos solos, en una postura determinada, y atender a procesos simples; es también abrirnos al entorno en el que ocurren esos procesos. El entorno se convierte en mensajero que nunca deja de enviarnos señales, que siempre nos está enseñando algo o ayudando a entender.

Entonces, antes de gratificarnos con técnicas exóticas, antes de jugar con energías, percepciones sensoriales y visiones llenas de símbolos religiosos, debemos poner en orden nuestra mente, y eso lo debemos hacer a un nivel fundamental. (…) El enfoque del budismo consiste esencialmente en cultivar un sentido común trascendental, en ver las cosas tal como son, sin exagerar nada ni ponernos a soñar con lo que nos gustaría ser. 

Mientras sigamos un método espiritual que nos prometa salvación, milagros y liberación, estaremos atados por la “cadena de oro de la espiritualidad”. Es posible que esa cadena nos embellezca, con sus incrustaciones de piedras preciosas y su delicada orfebrería, pero no por eso dejará de aprisionarnos. (…)

Todas las promesas que hemos escuchado no son más que seducción. Quisiéramos que las enseñanzas resolvieran todos nuestros problemas; quisiéramos recibir trucos mágicos para lidiar con nuestras depresiones, conductas agresivas y conflictos sexuales. Pero ¡qué sorpresa darnos cuenta de que no va a ser así! Es una decepción muy grande comprender que deberemos trabajar sobre nosotros mismos y nuestro sufrimiento y que no podemos depender de un redentor o del poder mágico de técnicas yóguicas. 

Debemos permitir que se produzca esa decepción, porque decepcionarse significa renunciar al ego, al logro personal. Uno quisiera presenciar su propia realización; quisiera ver a sus discípulos celebrándolo en actitud de veneración y lanzándole flores en medio de portentos mientras la tierra tiembla y los dioses y ángeles cantan. Eso no sucede nunca. Desde el punto de vista del ego, lograr la realización supone la muerte absoluta: la muerte del ego, la muerte del yo y lo mío, la muerte del observador. Es la máxima decepción, el chasco total. Andar por el camino espiritual es doloroso. Hay que quitarse una máscara tras otra, sufrir insulto tras insulto.

Esa serie de decepciones nos incita a abandonar la ambición. Nos vamos desmoronando cada vez más, hasta que al final tocamos fondo y nos relacionamos con la cordura fundamental de la tierra. Nos reducimos a lo más humilde y pequeño: un granito de arena, perfectamente simple, sin ninguna expectativa. Una vez que tocamos fondo y entramos en contacto con la tierra, ya no tienen cabida los sueños e impulsos frívolos y al fin nuestra práctica se vuelve manejable. Aprendemos a preparar una taza de té correctamente y a caminar derechos sin tropezarnos. Enfrentamos la vida de una manera mucho más sencilla y directa, y las enseñanzas que recibimos o los libros que leemos cobran un sentido práctico; nos dan confianza y nos estimulan a seguir actuando como granitos de arena, tal como somos, sin expectativas y sin sueños.


Nuestra situación se ha vuelto muy amplia, hermosa y práctica. En realidad, es como una invitación, una fuente de inspiración. Si somos un granito de arena, el resto del universo, -es decir, todo el espacio- es nuestro, que no estamos obstruyendo, invadiendo ni poseyendo nada. Lo que hay es un espacio inmensamente abierto...


El mito de la libertad. Chogyam Trungpa 



1 de mayo de 2015

Comprendiendo el dukkha, la insatisfactoriedad

El dukkha se pega a la piel, penetra hasta la carne y acaba metiéndose en los tuétanos. Es como un insecto que se alimenta de la corteza de un árbol y va penetrando por la madera hasta llegar al mismo núcleo, hasta que al final el árbol muere.

A medida que crecemos, el dukkha se va enterrando en las profundidades de nuestro ser. Nuestros padres nos enseñan a aferrarnos y a apegarnos a las cosas, a darles mucha importancia, a creer con firmeza que existimos como un yo y que las cosas nos pertenecen. Nos lo enseñan desde que nacemos. Lo vamos oyendo una y otra vez hasta que penetra en nuestro corazón y se convierte en nuestro habitual sentimiento. Nos enseñan a adquirir cosas, a acumularlas y conservarlas, a verlas como importantes y nuestras. (…)

Cuando estamos interesados en la meditación y escuchamos las enseñanzas de un guía espiritual, no nos resultan fáciles de entender. Nos cuesta captarlas. Nos enseñan a no ver las cosas ni a actuar como siempre hemos hecho, pero sus palabras no penetran en nuestro corazón. 

Permanecemos sentados escuchando las enseñanzas pero a menudo nos entran por un oído y nos salen por el otro. No las retenemos en nuestro interior ni nos afectan. (…) Nos quedamos pegados a nuestra idea del yo. Los sabios decían que mover una montaña de un lugar a otro es más fácil que cambiar la falsa idea que tenemos del yo, esta sólida sensación de que realmente existimos como una persona individual y especial. 

(…)

No es fácil practicar, pero hagamos lo que hagamos, habremos de superar muchos problemas antes de sentirnos a gusto. En la práctica del Dharma empezamos siendo conscientes de la verdad del dukkha, la omnipresente insatisfactoriedad de la existencia. Pero en cuanto lo experimentamos, nos desanimamos. No queremos enfrentarnos a ello. Dukkha es la verdad, pero de algún modo queremos sortearla. Se parece a la costumbre que tenemos de no desear ver a gente mayor, preferimos contemplar a personas jóvenes y atractivas. (…)

Si conocemos el dukkha, lo veremos en todo cuanto experimentamos. Algunas personas creen que no sufren demasiado. (…) ¿Qué hemos de hacer para no sufrir más? Cuando el dukkha surge, hemos de investigar para ver las causas de su aparición. Y al conocerlas, podemos practicar para eliminar esas causas. (…)

Oponerse a los propios hábitos crea un cierto sufrimiento. Pero en general nos da miedo el sufrimiento y si sabemos que algo nos hará sufrir, no queremos hacerlo. Estamos interesados sólo en lo que parece agradable y bello, y creemos que cualquier cosas que conlleve sufrimiento es negativa. Pero no es así, ya que si hay sufrimiento en tu corazón se convierte en la causa que te hace reflexionar para intentar liberarte de él. Te lleva a la contemplación. (…)

Las personas que son felices no desarrollan la sabiduría. Están dormidas. Son como un perro que ha comido hasta la saciedad. Después no quiere hacer nada. (…)

Los humanos estamos atrapados y encarcelados en este mundo, tenemos un montón de problemas y siempre estamos llenos de dudas, confusión y preocupaciones. Y esto no es ninguna broma. Hay algo de lo que hemos de liberarnos. (…)

¿Qué es esta jaula? Es la jaula del nacimiento, el envejecimiento, las enfermedades y la muerte. Así es como estamos prisioneros en el mundo. “Esto es mío”. “Aquello me pertenece”. Ignoramos quienes somos realmente y lo que estamos haciendo. En realidad todo cuando estamos haciendo es acumular sufrimiento. (…)

 ¿Sabes si los deseos tienen algún límite? ¿Cuándo llegarás a sentirte satisfecho? Sigue deseando más y más cosas… (…)

El Buda lo resumió diciendo que sólo hay un cúmulo de dukkha. El dukkha nace y cesa. Eso es todo. Nos abalanzamos sobre él y lo agarramos una y otra vez, cuando surge y cuando cesa, sin llegar a comprenderlo nunca. 

Cuando le dukkha surge, lo llamamos sufrimiento. Y cuando cesa, lo llamamos felicidad. Pero no es más que el dukkha de siempre, surgiendo y cesando. (…)

Al surgir, lo reconocemos como sufrimiento. Y al cesar, lo consideramos como felicidad. Lo vemos y lo llamamos de esta manera, pero en realidad no es así. No es más que dukkha cesando. Surge y cesa, surge y cesa, y nosotros nos abalanzamos sobre él y lo agarramos. Cuando la felicidad aparece, nos sentimos contentos. Y cuando la infelicidad aparece, nos deprimimos. Pero en realidad se trata de lo mismo surgiendo y cesando. (…)

No reconocemos con claridad que sólo hay sufrimiento porque cuando cesa nos parece que este estado es la felicidad. Nos apegamos a ella y no queremos perderla. En realidad, ignoramos lo que está ocurriendo. (…)

Normalmente intentamos eliminar el sufrimiento para que aparezca la felicidad. Eso es lo que deseamos. Pero aquello que deseamos no es verdadera paz sino una felicidad que conlleva sufrimiento. (…) 

Así que los humanos deseamos un montón de cosas. Si obtenemos muchas cosas, nos parece bueno, ésta es nuestra forma habitual de pensar. Se supone que hacer el bien produce buenos resultados, y si los recibimos, somos felices. Creemos que es todo cuanto necesitamos y ya no hacemos nada más. Pero, ¿acaso las buenas experiencias pueden darnos una satisfacción duradera? No, es pasajera. Por eso seguimos pasando de un estado a otro, experimentando cosas buenas y malas, intentado apegarnos día y noche a aquello que nos resulta agradable.


El Buda nos enseñó primero a abandonar las malas acciones y a practicar las buenas. Y después a abandonar tanto lo malo como lo bueno, sin apegarnos a ninguno de esos dos conceptos, porque no son más que una especie de combustible. Y cuando hay alguna clase de combustible, acaba convirtiéndose en llamas. Lo bueno es combustible. Y lo malo, también. 

Todo llega, todo pasa. Ajahn Chah.