Ayahuasca

30 de diciembre de 2015

Utilizar la rabia con sabiduría, por Dr. Robert Masters

La rabia es fuego moral; que sea destructiva o constructiva está en nuestras manos… y en nuestro corazón. Bajo la fogosa custodia de la rabia limpia coexisten la pasión y la compasión, como el calor y la luz. Es necesario que respetemos nuestra rabia, que dejemos de considerarla un problema, o un obstáculo espiritual, o algo así que está por debajo de nosotros, para que pueda contribuir verdaderamente a nuestro bienestar.

La rabia que es compasión negada se convierte fácilmente en rabia expresada -aunque sea indirectamente- sin compasión. Pero, ¿cómo llevamos la compasión a nuestra rabia? No es tarea fácil no reprimir y tampoco dejarnos llevar por la rabia. Ante todo tenemos que acercarnos a ella conscientemente y con genuino afecto, sin aversión. No explorar la rabia, no intimar con ella, es una decisión peligrosa. No conocer nuestra rabia es mantenernos en la oscuridad, en peligro de volvernos agresivos o violentos en lugar de simplemente enfadados.

En el major de los casos, la rabia se vuelve fuego relacionan, contribuyendo a iluminar nuestro camino hacia unas relaciones cada vez más íntimas y profundas que incluyan todo cuanto somos. La fogosa intensidad que se halla en el corazón de la rabia no pide contención, ni rehabilitación espiritual, ni una mera descarga, sino una aceptación consciente que no exige aplacar la pasión, ni reducir el calor, ni silenciar la voz esencial que hay en las llamas.

Llevar la rabia a nuestro corazón no solo es un acto de amor hacia nosotros mismos sino hacia todos los seres, ya que una práctica como está evita que no dejemos que nuestra rabia se torne en agresividad, hostilidad y odio. 

Allí donde haya juicios, tanto si van dirigidos a nosotros mismos como a los demás, va a haber rabia. Esto significa que, de algún modo, deberíamos deshacernos de nuestros juicios -¡una tarea destinada al fracaso mientras tengamos mente!- sino más bien que los mantengamos en una perspectiva saludable.

No es poco habitual estar enfadados con nuestra rabia (“¡Cuándo me libraré de esta maldita rabia?”), renegar de ella (“¡No debería estar enfadado!”), negarla (“Tal vez creas que estoy enfadado, ¡pero no lo estoy!”) o simplemente desconectar de ella (“No tengo rabia”). Sin embargo, en lugar de luchar contra nuestra rabia o huir de ella, necesitamos conocerla más a fondo. Una relación íntima con nuestra rabia potencia el autoconocimiento, la integridad, la profundidad en las relaciones y la maduración espiritual, y nos ayuda a expresar una pasión viva y responsable.

Cuanto mejor conozcamos nuestra propia rabia, y más expertos seamos en expresarla, más probable es que podamos manejar con habilidad la rabia de los demás, pero si permanecemos separados de la nuestra no solo la expresaremos en forma descuidada, sino que tampoco podremos manejar muy bien la de los demás.

Es muy probable que el retraimiento tranquilo o racional o espiritual con que reaccionamos cuando alguien está enfadado con nosotros no sea una acto de auténtico afecto, sino más bien de miedo, aversión o agresividad pasiva. Es fácil hacer de la rabia contenida una virtud, pero esta contención puede ser simplemente, otra forma de rabia. Puede que, en parte, lo que nos resulte difícil de esto sea que seguimos confundiendo la rabia con agresividad, olvidando que la rabia que está libre de ésta ayuda a proteger nuestros límites.

Si rechazamos la rabia -no la agresividad, sino la rabia- de una persona que es importante para nosotros, lo que hacemos es simplemente evitarla. Esto, por lo general, fomenta la acumulación de la energía y frustración de la rabia y crea presión para encontrar otras válvulas de escape a la misma, como distracciones eróticas, trabajar más de la cuenta o las sutiles crueldades de la rabia pasiva.

Por mucho que pudiera gustarnos pensar de otro modo, la rabia no desaparece a medida que vamos avanzando en nuestra evolución y nuestro despertar; de hecho puede volverse incluso más ardiente pero quemar cada vez de una forma más limpia. 




 La evasión espiritual. 
Dr. Robert A. Masters