Ayahuasca

12 de febrero de 2013

Tres modos de sufrimiento - Adyashanti


La ilusión del control

Vamos a estudiar tres modos comunes en que nuestros egos nos hacen sufrir, más allá de la observación básica de que son los pensamientos los que producen nuestro sufrimiento. El primero de estos modos es, probablemente, el más arraigado de los tres: nuestro deseo de tener el control. En cuanto nos imaginamos que somos alguien separado de todos los demás, de la vida que vemos a nuestro alrededor, la consecuencia natural será que tendremos una sensación interior de que la vida es una cosa que tenemos que controlar. Para mantenernos a salvo, seguros y separados, no sólo tenemos que controlarnos a nosotros mismos, sino a los demás y todas las circunstancias que nos rodean. Pero dado que la verdad es que no tenemos ningún control, es inevitable que nos encontremos en un aprieto. 

La realidad es que no tenemos ningún control; el ego no controla el modo en que se despliega y se presenta la realidad. ¿A qué se debe que el ego no tenga el control? Simplemente a que el ego no es más que un pensamiento que tienes en la mente. Es una imagen. Es un modo en que tu mente se refiere a sí misma, piensa en sí misma y crea, para empezar, un sentido del yo. Si todo tu yo egoico no es más que un producto de la imaginación, un resultado mecánico de la vinculación de diversos pensamientos entre sí, entonces es evidente que un pensamiento no tiene ningún control. Un pensamiento no es más que una cosa que sucede, sin más. Sucede, y después pasa. 

Ver esto es muy difícil, y a veces da miedo, sobre todo si nos creemos que nosotros somos nuestros egos. Pero la vida nos enseña constantemente, una y otra vez, que en realidad no tenemos ese control que deseamos tener o que creemos tener. Mira dentro de tu mente. No tienes un verdadero control de si te entra o te sale de la mente un pensamiento determinado. Y si ni siquiera tienes control de los pensamientos que te aparecen en la cabeza, ¿cuánto control tienes de verdad, en general? Si tuvieras verdaderamente el control, ¿no optarías, sin más, por sentirte bien todo el tiempo, por sentirte abierto, llenos de amor y feliz? Y ¿no resulta extraño que, a pesar de que la vida nos enseña constantemente que el ego no tiene el control, nosotros seguimos creyéndonos que lo tiene? ¡Nos empeñamos en que lo tiene, porque, si no lo tuviera, eso sería demasiado abrumador! Nos parece que el peor descubrimiento que puede llegar a hacer un ego es que no tiene el control; porque, si un ego no tiene el control, entonces es que no tiene esperanza. No tiene salida. No tiene manera de hacer que la vida sea como él quiere.

Sería verdaderamente terrible que nosotros fuésemos nuestros egos, que fuésemos de verdad ese yo creado en nuestra mente por los pensamientos. Pero no lo somos. Lo que somos en realidad, más bien, es lo que observa a la mente, lo que advierte a la mente y lo que es consciente de toda la actividad mental, incluso del deseo de controlar. Si empiezas a plantearte de manera auténtica todo el concepto del control, se abrirá tu mente de verdad. Y eso es lo que hace falta si queremos poner fin a nuestro sufrimiento persistente: tenemos que abrir nuestra manera de pensar. Tenemos que abrirnos en lo que estamos dispuestos a pensar y en la conclusiones a las que estamos dispuestos a llegar. Cuando estamos en nuestros egos, intentamos controlar a los demás y controlarnos a nosotros mismos. Intentamos controlar la vida. Pero ya habrás caído en la cuenta de que no puedes controlar la vida. Nosotros nos creemos que tenemos el control, pero es una ilusión. Es un engaño.

Este engaño se produce en nuestras mentes, y es, en varios sentidos, el engaño más convincente que existe, pues mientras pensemos que tenemos el control, mientras pensemos que podemos controlar las cosas, seguiremos encadenados al estado de la conciencia egoica. Superficialmente, la ilusión del control hace que nos sentamos capaces de crearnos una vida cómoda y segura, a fuerza de manipular nuestras vidas sobre la base de lo que creemos que necesitamos. A pesar de todo, la ilusión de tenerlo es asombrosa por su diseño y por su complejidad, que que, a  fin de cuentas, casi todos los seres humanos caemos en ella. Casi todos los seres humanos pensamos: “Yo controlo mi vida”, salvo en los momentos en que las cosas se ponen muy difíciles. 

Hay momentos en que casi te ves obligado a reconocer que no tienes el control. Surge una emoción dolorosa y no puedes huir de ella. No puedes hacerla desaparecer. De pronto te resulta evidente: “¡No tengo el control!”, y esto te suele provocar un pánico más profundo todavía. “¡Oh, no! ¡No tengo el control! ¡No puedo cambiar esta sensación! ¿Qué hago? ¿Cómo cambio esto?”. ¿No es paradójico que, a pesar de que vemos que no tenemos el control, sigamos aferrándonos a él? ¿No es una locura, por definición, seguir intentando hacer lo mismo de siempre, pero esperando obtener resultados distintos? Aún así, podemos pasarnos toda una vida intentado hacer uso de este sentido de un control que en realidad no tenemos.

Exigir que las cosas sean distintas

Otro modo en que nuestras mentes producen sufrimiento es por las exigencias que hacemos a la vida y a los demás. En cierto sentido, el ego es una máquina de exigir: “¡Quiero esto!”, “¡Quiero aquello!”, “¡No quiero esto!”, “¡No quiero aquello!”, “¡Tiene que ser de esta manera!”, “¡No deberías haberme hecho tal cosa!”, “¡No debería sentirme como me siento!”. Todas las exigencias, en esencia, son modos en que intentamos manipular la realidad, modos en que nos empeñamos en que la vida sea diferente de lo que es. No siempre se aprecia hasta qué punto abordamos la vida de esta manera. Pero, si lo observamos con detenimiento, podemos ver lo que extendida que está esta tendencia; en cualquier momento dado, es probable que estés haciendo exigencias inconscientes, sutiles, en el sentido de que la vida sea diferente.

Esperamos que todo en la vida nos haga felices, sin darnos cuenta de que la felicidad se encuentra, en realidad, en nuestro núcleo mismo. Es connatural a nuestro ser. No existe ninguna manera de hacerse felices. Lo único que tenemos que hacer es dejar de hacer las cosas que nos hacen infelices. Una de las cosas que nos hacen tremendamente infelices son las exigencias que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. En las relaciones humanas, es muy corriente que exijamos a alguien que cambie para que nosotros podamos ser felices o sentirnos realizados. En este proceso, desatendemos por completo lo que podría ser más beneficioso para la otra persona o para la comunidad en general. ¿Es esta una verdadera manifestación de amor? ¿Es esto lo que queremos, en último extremo? ¿Queremos de verdad que cambien todos los que nos rodean para hacernos felices a nosotros? ¿Queremos de verdad ser tan tiranos? ¿Nos llega esto de verdad a lo más hondo del corazón, al amor que todos tenemos dentro? 

Cuando nos empeñamos en que las cosas, las personas y los hechos de nuestro alrededor cambien para que nosotros podamos ser felices, en realidad estamos negando algo que está muy dentro de nosotros. Estamos negando la verdad de quienes somos. Estamos negando la verdad de los demás. Nos estamos imaginando que la felicidad depende de los hechos y de las circunstancias de la vida, y de las personas que intervienen en ellas. Nos creemos que si todas las personas que intervienen en nuestra vida fueran así, entonces estaríamos satisfechos. 

Así pues, este deseo de exigencias surge también, como el deseo de control, de ese estado de conciencia llamado estado egoico de la conciencia, en el que nos imaginamos que nosotros mismos y todos los demás somos distintos y separados. Pero repitamos que la noción de que somos entidades separadas no es verdadera; es una invención. Todo ello está trazado en nuestra mente. Es un gran sueño que tenemos. Lo difícil de este sueño es que casi todos los que nos rodean tienen el mismo sueño. Es, en esencia, el sueño colectivo de la humanidad.

De modo que quien sueña no eres sólo tú, ni soy sólo yo; casi todos los seres humanos tienen este mismo sueño de estar separados, de ser absolutamente otros del mundo que los rodea. Lo que esto supone es que tenemos que mirar muy hondo dentro de nosotros, porque no sólo estamos mirando mas allá de nuestra propia mente engañada, de nuestro propio error; estamos mirando más allá del engaño de toda la humanidad.

Discutir con lo que es

Otra cosa que hacemos cuando nos sentimos separados es discutir con lo que es y con lo que fue. Este es el tercer modo más común que tenemos de sufrir. De hecho, si quieres garantizarte el sufrimiento, discute con lo que es. La gente me suele preguntar:”¿Qué quieres decir con “lo que es?”. “Lo que es” es este momento mismo antes de que pienses en él siquiera. Eso es lo que es. Si discutes con este momento sufrirás. No hay manera de discutir con este momento sin sufrir. Lo mismo puede decirse del pasado. Si discutes con el pasado, si decides que lo ha sido no debería haber sido, sufrirás. 

Me doy cuenta que esto puede parecer demasiado simplista y de que casi hasta parece insultante. Al fin y al cabo, la mayoría de los seres humanos se sientes justificados al creer que lo que fue en el pasado no debería haber sido. Todos hemos vivido momentos difíciles. Todos hemos pasado momentos en que se nos ha hecho daño o incluso se nos ha maltratado. Todos hemos tenido momentos en que la gente nos ha tratado de manera desconsiderada o destructiva. Es natural que recordemos estos momentos y pensemos: “¡Ese momento no debería haber pasado! ¡Fulano no debería haberse portado así!”. Este pensamiento, esta conclusión, parecen muy justificados. Como todos los que nos rodean estarían de acuerdo con ello, nosotros ni siquiera lo ponemos en duda. De hecho, lo que sucedió en el pasado no es ni bueno ni malo de por sí. Simplemente, es lo que fue. Por eso, cuando discutimos con lo que fue y decimos: “No debería haber sucedido”, sufrimos. Así de sencillo.

No quiero proponer de ninguna manera que neguemos lo que fue. No estoy diciendo que tengas que fingir que una cosa del pasado no te hizo daño, que no te confundió o que no te causó un gran dolor. Lo que digo es que, cuando discutes con ello, cuando dices que una cosa que ha sucedido no debería haber sucedido, entonces sufres. Lo que pasó es lo que pasó. Ya fuera bueno o terrible, es lo que pasó. Lo que está pasando ahora es lo que está pasando. No tenemos por qué llamarlo “bueno” ni “malo”. Puede ser doloroso o puede no ser doloroso; puede gustarnos o puede no gustarnos. Lo que está pasando en este momento, sea lo que sea, es lo que está pasando. Cuando discutes con ello, cuando dices que lo que está pasando no debería estar pasando, entonces sufres.

A veces puede parecer peligroso abstenerse de discutir con el momento presente, o con el pasado. Hasta podemos temer: “Si no discuto con lo que está pasando ahora, quizá no cambie nunca”. Porque, si tenemos abiertos los corazones y las mentes, no podemos dejar de ver que en el mundo hay una cantidad tremenda de sufrimiento, de dolor y de conflicto. En vista de ello, ante esta verdad, casi podría parecer un insulto no proclamar: “¡Esto no debería pasar!”.

Pero cuando decimos que alguna cosa no debería estar pasando, nos encerramos en un esquema mental extremadamente estrecho, con muy pocas opciones. Cuando vemos de verdad que lo es no es bueno ni malo, que simplemente es, entonces tenemos abiertas todas las opciones. Entonces podemos reaccionar ante la vida de manera sabia y amorosa. Esto no quiere decir que nos limitemos a decirnos: “Lo que es, es”, y no hagamos nada más. (...) 

Para despertarnos, debemos aprender cómo alimentan el sufrimiento en nuestras vidas las tres tendencias que hemos citado (el deseo de controlar, las exigencias y el rechazo de “lo que es”). Debemos conseguir de alguna manera desear saber lo que es verdadero, en este momento, sin intentar controlarlo ni hacerle exigencias, porque lo que nos libra del sufrimiento es la verdad. La verdad es la que nos permite salir de este estado egoico de la conciencia en el que parece que estamos tan atrapados, pasando a otro estado de la conciencia completamente distinto, mucho más abierto, libre y amplio, e infinitamente más creativo. En el ego, nuestras opciones están muy limitadas, y todas se han ensayado ya; todas las soluciones que ha propuesto el ego han fracasado. Si no tienes claro que hayan fracasado, enciende el televisor. Lee el periódico. Sigue habiendo guerras. Sigue habiendo crueldad. Siguen existiendo en todas partes seres humanos que no son abiertos, ni amorosos, ni entregados a los demás. Está claro que lo que hace falta es algo distinto. Volver a hacer siempre una misma cosa esperando que produzca resultados diferentes es, literalmente, una manifestación de locura. Y así es, en muchos modos, el mundo en que vivimos.


Adyashanti. El fin del sufrimiento. Gaia Ediciones. 

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