Ayahuasca

21 de febrero de 2012

La casa del aire es la casa de la vida


El maestro Ino Moxo me enseñó a leer en el aire, a distinguir y elegir los pensamientos que crecen en el aire. Ahora sí vamos a entendernos… Y no importa, supongamos, que un mal día quemen todos los ejemplares de ese libro ya que los pensamientos, las dudas y certezas de quien lo escribió, igual que espíritus bondadosos, grandes, verdaderos, viven en el aire, nos pertenecen…
-Lo que te ha dicho don Javier es cierto, aseveró Don Hildebrando con la cabeza gacha…
-Es cierto. La casa del aire es la casa de la vida. Nada muere una vez que entra en el aire. Las ánimas de todos los tiempos, los conoceres y los sentimientos de todos los tiempos, inclusive los que germinaron antes que apareciera nuestro primer pariente, las ánimas de siempre, nobles y dañinas, altas y bajas, están mejor que sembradas en el aire. Allí pueden crecer o detenerse pero no mueren nunca. Ahora mismo están ahí, al alcance de las gentes que se preparan, que pueden, que lo merecen. Ahí está, intacto, todo lo que se ha pensado aun antes que los humanos tuvieran pensamiento. Ahí está todo lo que se ha escrito. Todos los libros están ahí, en el aire. Cierto es lo que te ha dicho Don Javier. 
Don Hildebrando cerró los ojos con fuerza, con más fuerza y se perdió en su perorar. Hablaba extrañamente como si recitara un texto de memoria o como si leyera. Llegué a pensar que el brujo repetía palabra por palabra lo que alguien le dictaba desde quien sabe dónde. Su voz no era su voz y su rostro tampoco, hablaba y fulguraba con palidez de muerto, alguien que no era él pero que sí era él al mismo tiempo ocupaba su cuerpo, lo desbordaba inconteniblemente, salía por su boca de sonámbulo, decía:
-El ashanínka, el hombre campa, existe como un transeúnte, en la superficie de la tierra nomás. La muerte dará fin a este tránsito y abrirá el nuevo camino. Pero hay diversas muertes en la vida de un ashanínka, varios estados que le permiten acceder a los mundos misteriosos, los espacios sagrados. El sueño del dormir, las visiones que regala el ayahuasca, pueden hacer que el hombre ingrese a estos mundos del allá. La misma selva en sí, las pequeñas lagunas, una pomarrosa abrazada por lianas de garabato-kasha, el sendero de piedras que cubre el fondo de las quebradas, un shiwawako muerto, una risa en el bosque, la piel de los ríos que se levanta como tapa de mosquitero, un millar de lámparas que no son lámparas en lo alto de una lupuna que no es lupuna, en la noche, y las rocas, las cuevas de la selva, los claros de los pajonales, son otras tantas puertas que llevan a esos mundos, a estos mundos que no se tocan con las manos del cuerpo material. Los virakocha, los blancos, no entienden esas puertas. A lo largo de cuatrocientos años los virakocha sólo han sabido equivocarse, nublarse en tántas cosas, equivocarnos en su pensamiento. No ven, no tienen ojos de ver, lo virakocha. No tocan la religión del ashanínka porque no saben tocas ni su memoria, ni su propia memoria pasada y futura. 
(Las tres mitades de Ino Moxo - Cesar Calvo)