Ayahuasca

6 de febrero de 2012

¿Cómo podemos enseñar a nuestros hijos a ser morales y religiosos?


La inteligencia es la fuente de toda religiosidad y moralidad, y los niños son más inteligentes que tú. Aprende de ellos en vez de tratar de enseñarles. Abandona esa estúpida idea de que tienes que enseñarles. Obsérvales, fíjate en su autenticidad, fíjate en su espontaneidad, fíjate cómo están en guardia, fíjate cuán alertas están, qué llenos de vida y alegría, qué buen humor, qué llenos están de maravilla y asombro.


La religión surge de la maravilla y el asombro. Si te puedes maravillar, si te puedes asombrar, eres religioso. No por leer la Biblia, el Cita o el Corán, sino al experimentar el asombro. Cuando ves el cielo lleno de estrellas, ¿sientes cómo te baila el corazón? ¿Puedes ver cómo surge una canción en tu ser? ¿Te sientes en comunión con las estrellas? Entonces eres religioso. No eres religioso por ir a la iglesia o al templo y repetir oraciones prestadas que no tienen nada que ver con tu corazón, son sólo historias mentales.


La religión es una historia de amor, una historia de amor con la existencia. Y los niños ya están enamorados. Lo único que tienes que hacer por tu parte es no destruirlos. Ayúdales a mantener esa admiración viva, ayúdales a seguir siendo sinceros, auténticos e inteligentes. Pero los destruyes. Eso es lo que persigues, en realidad, cuando haces esta pregunta: «¿Cómo podemos enseñar...?»


La religión no se puede enseñar, sólo se puede cazar. ¿Eres religioso? ¿Estás rodeado de la vibración de la religión? Entonces no harías una pregunta tan estúpida. Entonces tus hijos la aprenderán simplemente por estar contigo. Si te ven con lágrimas en los ojos mirando una puesta de sol, no tendrán más remedio que verse afectados; se quedarán callados. No necesitas decirles que se callen; verán las lágrimas y entenderán su idioma.
Observa la inteligencia de los niños. Y siempre que encuentres inteligencia, regocíjate, ayúdales y diles que «esta es la manera en que debéis hacer las cosas». 



Observa un poco a los niños pequeños; fíjate en su inteligencia. Juanito estaba volviendo a casa de su primer día de escuela.
-Bueno, querido -le preguntó su madre-, ¿qué te han enseñado? -No demasiado -replicó el niño-. Tengo que volver de nuevo.


Osho. El libro del niño.