Ayahuasca

3 de enero de 2015

La tercera fantasía de Alan Watts

Me parece que nadie ha formulado en serio las preguntas: «¿Cómo empezaron las estrellas?» «¿Por qué?» «¿Cómo surgen del espacio esos enormes centros radioactivos?» 

Voy a resolver este problema utilizando la analogía del huevo y la gallina, diciendo: «La gallina es una manera que tiene el huevo de convertirse en otros huevos». Supongamos ahora que un planeta es una manera que tiene la estrella de convertirse en otra estrella. Cuando las estrellas estallan, envían al espacio una gran cantidad de sustancia viscosa, parte de la cual se solidifica formando unas bolas que entran en órbita y giran alrededor de la estrella. 

Y tal vez una vez entre mil, una de esas bolas evoluciona como el planeta Tierra, y lentamente surge en él lo que algunos llamarían una enfermedad, la bacteria de la vida inteligente. Con esos seres a los que llamamos vivos, llega la noción de que deben seguir adelante. Tienen en su cabeza la idea fija de que deben seguir haciendo lo que hacen, sea lo que fuere, y hacerlo cada vez mejor. Se dividen en especies diferentes, y estas especies compiten entre sí a fin de, por así decirlo, flexionar sus músculos y mejorar lo que son. Siguen haciendo esto hasta que una especie llega a establecerse sin discusión en el planeta determinado, tal como nosotros, los seres humanos, de la especie Homo sapiens, nos hemos establecido en la Tierra como la especie superior, sea cual fuere el significado de ese adjetivo. 

Luego, cuando tenemos un poco de ocio y no hemos de dedicarnos continuamente a buscar alimentos que llevarnos a la boca, empezamos a formular preguntas. Miramos a nuestro alrededor, a los demás y a todas las cosas, y nos preguntamos: «¿Qué es esto? ¿Qué pasa aquí?» Algunas personas responden: «Es estúpido hacer semejantes preguntas. ¿Por qué no sigues haciendo tu trabajo? Vete a cazar, a ocuparte del campo, a tus negocios». Pero persistimos: «No, existen cosas superiores». Y así creamos una clase especial de gentes a los que en la India llaman brahmanes y, entre nosotros, se conocen como filósofos, científicos, teólogos y pensadores. Y como se ocupan de reflexionar en los motivos por los que estamos aquí, se les exime de las faenas agrícolas, de cazar, de trabajar en las minas o de fregar los suelos, y acuden a unos sitios muy especiales llamados universidades, donde pueden sentarse y pensar en lo que sucede a su alrededor. Hacen lo que se llama filosofía, lo cual significa que tratan de decir lo que significa. ¿Qué significa la palabra ser, la palabra existir? ¿Qué significamos cuando decimos que estamos aqui? Y descubren que no pueden llevar la cuestión demasiado lejos, porque la palabra pierde todo significado y se convierte en una especie de ruido. 

—Ahora llegamos realmente a lo esencial dicen— y lo que hemos de hacer en vez de dedicarnos todo el tiempo a pensar, teorizar y hablar de lo que sucede, es investigarlo experimentalmente. De algún modo tenemos que examinar eso que llamamos realidad, el mundo material, y averiguar qué es. 

Empiezan, pues, a cortarla. Diseccionan flores, abren las semillas y miran su interior. Ahí encuentran algo y entonces necesitan una lupa para examinarlo y dividirlo en piezas cada vez más pequeñas, razonando que finalmente deben llegar a una partidla llamada átomo. La palabra griega átomos significa «algo que no se puede cortar», que ya no es posible dividir más, lo absolutamente irreductible... Eso se creía antaño, pero luego los científicos descubrieron que es posible dividir el átomo y descubrieron el electrón, el positrón, el mesón y un etcétera de partículas que se extiende indefinidamente. 

Finalmente decidieron que cada átomo de materia contiene una energía inmensa, y que esa energía podría liberarse. El problema con los intelectuales es de considerar que todo lo que puede hacerse debe llevarse a cabo. Y, siguiendo el curso necesario del desarrollo de la naturaleza, descubrieron cómo hacer volar la Tierra en fragmentos y convertirla en una estrella. 

Puede que ése sea el origen de las estrellas. Tienen planetas como las gallinas ponen huevos, y éstos se rompen y se convierten en gallinas. Los planetas estallan gracias al concurso de la vida inteligente y se convierten en estrellas que arrojan al espacio otras bolas de barro, algunas de las cuales tienen una posibilidad razonable de hacer surgir nueva vida inteligente, una posibilidad tan razonable como la que tiene cualquier espermatozoide cuando penetra en la matriz femenina de convertirse en un bebé: una entre un millón. 

Es posible que esta fantasía le parezca bastante desagradable. Quizá tenga la sensación de que las cosas van mal, en la dirección equivocada. Si la cumbre de la vida, esta tierna sustancia biológica con todos sus tubos, filamentos y nervios que son tan sensibles, si todo esto acaba consumiéndose en el fuego, en una definitiva llamarada incandescente, ¿no será una verdadera lástima? ¿Es así realmente cómo todo termina? 

Muchas personas dicen que quieren ver la luz, quieren ser iluminados, disolverse en la luz de Dios. Luego, cuando han logrado dar cumplimiento a ese deseo (una vez más) el proceso continua, la Tierra/estrella estalla y lanza esas bolas de barro, vuelven a crearse los planetas y de nuevo es usted un bebé, un niño, las flores tiene brillantes colores, las estrellas son maravillosas, el aroma de la tierra, el sonido de la lluvia. todo vuelve a ser delicioso una vez más. Y una vez más ve usted al otro, al hombre, a la mujer que ama como si eso nunca hubiera sucedido antes, todo empieza de nuevo. 

A medida que la vida sigue su curso, se hace cada vez más intensa, los problemas devienen más y más problemáticos y usted descubre que está luchando con algo que no puede controlar. Es preciso que lo controle, pero le resulta absolutamente imposible. Como todos los problemas del mundo en la actualidad, todo lo que ocurre en la escena está por entero descontrolado. Sabemos que vamos hacia nuestra condenación porque una vez más vamos hacia el nacimiento de una estrella, que es el objeto más creativo que existe.


El gurú tramposo, Alan Watts.