Ayahuasca

14 de octubre de 2013

LO QUE BUDA ENCONTRO

El príncipe Siddhartha se sentó en un trozo de hierba kusha bajo un árbol ficus religiosa, investigando y meditando sobre la naturaleza humana. Sin ayuda de herramienta científica alguna llegó a darse cuenta, tras un largo tiempo en estado contemplativo, que toda forma, incluyendo carne y huesos, todas nuestras emociones y percepciones, están juntas, es decir, que todas son producto de una o más cosas juntas, acercándose. Cuando cualquier par de componentes o más se juntan, emerge un nuevo fenómeno: los clavos y la madera se convierten en mesa, el agua y las hojas devienen té, el miedo, la devoción, y el salvador o la salvadora se convierten en Dios. El producto final no tiene una existencia independiente de sus partes. Creer que realmente existe la independencia es la gran decepción. Mientras tanto, las partes han sufrido una transformación. Sólo por encontrarse, sus caracteres han cambiado y, juntos, se convierten en otra cosa: son componentes “compuestos”.

Se dio cuenta de que esto es aplicable no sólo a la experiencia humana, sino también a toda la materia, al mundo entero, al universo, porque todo es interdependiente, todo está sujeto a cambio. No existe un solo componente de la creación en un estado autónomo, permanente, puro. Ni tan siquiera el libro que estás sosteniendo, o los átomos, o incluso los dioses. Sólo que algo exista al alcance de nuestra mente, incluso en nuestra imaginación, como un hombre de cuatro brazos, hasta él depende de la existencia de algo más. Así fue como Siddhartha descubrió que la impermanencia no significa muerte, como solemos pensar, significa cambio. Cualquier cosa que cambia en relación con otra cosa: incluso el cambio más sutil está sujeto a las leyes de la impermanencia.

Con estas certezas Siddhartha encontró al menos una vía para comprender y profundizar en el sufrimiento de la mortalidad. Aceptó que el cambio es inevitable y que la muerte es simplemente una parte del ciclo. Además, se dio cuenta de que no existía un poder omnipotente que pudiese dar marcha atrás a este camino hacia la muerte. No había pues esperanza que pudiese atraparle de nuevo. Si no existe una esperanza ciega, no puede haber decepción. Si uno sabe que todo es impermanente, uno no se aferra, si no te aferras, no piensas en términos de tener o carecer, y por tanto, vives plenamente.

El despertar de la ilusión de permanencia de Siddhartha nos da un motivo para referirnos a él como el Buda, el que está Despierto. Ahora, 2500 años después, vemos que lo que él descubrió y enseñó es un tesoro impagable que ha inspirado a millones de personas. Por otro lado, si Siddhartha estuviese aquí, hoy, estaría más que desilusionado,  pues, para la mayor parte de la humanidad, sus descubrimientos no existen. Eso no quiere decir que la ciencia haya logrado refutar lo que él descubrió, no: nadie ha podido convertirse en inmortal. Todos debemos morir en algún momento, como lo hacen 250000 personas, según se estima, cada día. Personas cercanas han muerto, y morirán. Sin embargo, todavía nos alarmamos y entristecemos cuando algún allegado muere, y seguimos buscando la fuente de la juventud o la fórmula secreta para una larga vida. Viajes al supermercado Bio, biberones de DMDAE y Retinol, clases de yoga-power, ginseng Koreano, cirugía estética, inyecciones de colágeno y cremas hidratantes….todo evidencia clara de que compartimos en secreto el deseo de inmortalidad del Emperador Qin.

El príncipe Siddhartha ya no necesitaba ni deseaba el elixir de la inmortalidad. Tomando conciencia de que todo está junto, que la deconstrucción es el infinito, y de que ninguna parte de sus componentes en toda la creación existe como un estado independiente, permanente y puro, se liberó. Todo lo que se junta (que ahora entendemos como todo), junto con su impermanencia, está unido, atado, en uno, como el agua y un cubo de hielo. Cuando añadimos cubitos de hielo a una bebida, obtenemos ambos. De igual modo, cuando Siddhartha observaba a un paseante, hasta al que parecía más sano, lo veía al mismo tiempo viviendo y desintegrándose. Pueden pensar que quizás no suena divertido vivir así, sin embargo puede ser una buena experiencia ver ambos lados. Podría satisfacerle sobremanera. No es como la montaña rusa de la esperanza y decepción, que sube y baja sin fin. Cuando ves las cosas así, empiezan a disolverse a tu alrededor. Se transforma tu percepción de los fenómenos, por ponerlo de alguna manera se ven más claros. Resulta tan fácil ver cómo la gente cae en la trampa de la montaña rusa que naturalmente sientes compasión. Una de las razones por las que tienes tanta compasión es porque la impermanencia es tan obvia, que resulta que ni la ven.

(Versión de María Eulalia Valls Martínez del fragmento de What makes you not a buddhist , de Dzongsar Jamyang Khyentse)