Ayahuasca

24 de febrero de 2016

El moderno mercado de la espiritualidad y la evasión espiritual

En la cultura contemporánea existe tal cantidad de especialidades espirituales mal definidas, tal exceso de egos disfrazados de espiritualidad, tal abundancia de superficialidad y engaño que se hacen pasar por auténtica espiritualidad, que se ha vuelto cada vez más difícil identificar prácticas que sean verdaderamente legítimas y transformadoras. Una sociedad como la nuestra que busca la gratificación instantánea, es especialmente susceptible a promesas de autosuperación de “rápido apaño” y esto se extiende al mundo del progreso espiritual.


Es posible que muchos de nosotros nos encontremos ansiosos por escapar del continuo dolor de nuestras heridas no resueltas y necesidades insatisfechas a través de métodos que prometen librarnos de nuestro sufrimiento lo más fácil y mágicamente posible. 

Quienes somos propensos a la credulidad espiritual tendemos a confundir el escepticismo con el cinismo. Creemos que confiar en la gente es un estado espiritual más ideal, y nuestra falta de discernimiento tiene la desafortunada consecuencia de meter en el mismo saco tanto elementos descabellados como auténticos de la espiritualidad contemporánea.

Tenemos la tendencia a confundir amor con sentimentalismo, rabia con agresividad, compasión con lástima, ser amables con ser buenos, ser inteligentes con ser listos, la aceptación con la tolerancia exagerada y la receptividad con pasividad, sin límites saludables. Sin embargo, una vez que los crédulos espirituales se dan cuenta de la locura en la están pueden irse al otro extremo y tachar de charlatanes a la gran mayoría de quienes practican y enseñan la espiritualidad saliéndose de lo corriente. 

La credulidad espiritual supone un gran negocio en nuestra economía consumista. Lo queremos todo rápido, sea lo que sea lo que incluya ese “todo”. Quienes quieren hacer negocio a nuestra costa lo saben bien y basan su publicad en ello, contando con nuestra credulidad (que normalmente se adorna como “estar abiertos” o “ser receptivos”). Sus promesas son a menudo tan escandalosas como, por ejemplo, los eslóganes tipo “tú puedes manifestar lo que quieras” de los vendedores del pensamiento positivo. El hecho de que las recibamos sin cuestionarlas, e incluso con entusiasmo, demuestra una profunda ingenuidad impregnada con un anhelo de un mañana mejor con las mínimas molestias y dolor posibles. 

Es tal la abundancia de credulidad espiritual que existe en nuestra cultura que aquellos que se sientan atraídos a sacar provecho de ella pronto tendrán seguidores o una clientela que compre incondicionalmente lo que vendan, y eso tiende a reforzar la creencia de que son personas muy especiales. Quienes se ponen a la venta en el mercado de los crédulos espirituales no son, en su mayor parte, timadores, ya que por lo general, creen en si mismos y en lo que están haciendo. Hasta puede que consideren que sus más flagrantes manipulaciones no son más que pasos necesarios para ayudar a sanar a los demás. 

Sin embargo, el antídoto no consiste en volvernos recelosos o sentir repugnancia por la espiritualidad y la metafísica, sino en desarrollar un agudo sentido del discernimiento que no restrinja nuestra capacidad de abrirnos al mundo. 

La idea de que creamos nuestra propia realidad y podemos controlar todos los aspectos de nuestra vida solo con desearlo con la suficiente fuerza se ha popularizado a través de gran parte de la espiritualidad de la Nueva Era, sobre todo a través del evangelio de la conciencia de la prosperidad y las leyes de la atracción, difundido en libros como El Secreto. Pero no deberíamos subestimar la parte sombría de estos conceptos flamantes de “puedes tenerlo todo”: han engendrado creencias como la noción de que somos completamente responsables de nuestra enfermedad o de cualquier otra cosa que nos suceda, simplemente, porque nosotros, y solo nosotros, lo hemos creado. 

Quienes se aferran a semejante sistema de creencias se dejan muy poco espacio de maniobra cuando descubren que tienen una enfermedad seria: creen que son ellos los que han hecho que se manifieste, que son responsables de la misma. Esto genera unas potentes contradicciones para la aparición de la culpabilidad. En lugar de investigar a fondo la naturaleza de nuestra enfermedad, podemos quedar aún más debilitados por la culpabilidad que sentimos por haberla creado.

La creencia de que nosotros creamos literalmente nuestra realidad conlleva a menudo una cierta grandiosidad, al atribuir sin ningún sentido crítico un poder desmesurado o imposible a nuestra capacidad para desear, querer e imaginar. Los practicantes espirituales que se hallan atrapados en esta creencia, pueden sentirse “inflados” con la idea que solo ellos crean su realidad.  

Cuando estamos atrincherados en la evasión espiritual tenemos tendencia a que las relaciones nos gusten sólo por el lado bueno: ni confrontaciones, ni rabia, ni sentimientos enrevesados, nada que nos haga “quedar mal”. Por eso, en el menú de las relaciones predominan a menudo las sonrisas y una amabilidad incesante: todo el mundo hace todo lo posible para que todo sea agradable. No sólo hay negación, sino también disociación que se hace pasar por desapego y ecuanimidad espiritualizados. Esta desconexión nos aísla de la vulnerabilidad y profundidad necesarias para que pueda haber una auténtica intimidad.

Puede ocurrir lo contrario: en lugar de emprender simplemente una huida hacia la disociación, la emprendemos hacia la fusión. En este caso, los límites personales pueden debilitarse o marginarse lo suficiente como para llegar a disolver las diferencias entre los miembros de la pareja. Dicha fusión, sean cuales sean sus trampas románticas, es una especie de homogeneización interpersonal. Así pues, nuestras relaciones pueden estar dominadas por la disociación (separación malsana) o por la fusión (conexión malsana), dos caras de la misma moneda de límites disfuncionales.  La primera se hace pasar por un “no apego” y la segunda, por una “comunión”, intimidad, “ser uno”. 

Exactamente como en las relaciones convencionales. 

(Extractos de La evasión espiritual. Dr. Robert Augustus Masters)