Ayahuasca

31 de diciembre de 2010

¿POR QUÉ ME DUELE TANTO ABANDONAR LAS COSAS QUE ME CAUSAN SUFRIMIENTO?

Las cosas que te causan sufrimiento también deben de proporcionarte algún placer, porque en otro caso no se plantearía la pregunta. Si fueran puro sufrimiento las habrías dejado. Pero nada en la vida es puro; todo está mezclado con su opuesto. Todo lleva su opuesto en el vientre.

Lo que llamas sufrimiento, analízalo, adéntrate en él, y verás que te proporciona algo que te gustaría tener. Quizá aún no sea real, quizá se trate de una simple esperanza, quizá de una promesa para el mañana, pero te aferrará al sufrimiento, te aferrarás al dolor, con la esperanza de que mañana ocurra algo que siempre has deseado y anhelado. Sufres, pero con la esperanza del placer. 

Observa cada clase de sufrimiento: o encierra algún placer que no estás dispuesto a perderte, o una esperanza, como la zanahoria que le ponen delante al asno. Y parece tan cercano, a la vuelta de la esquina, y después de tanto viajar, la meta parece al alcance de la mano... ¿por qué dejarlo? Ya encontrarás alguna racionalización, alguna hipocresía.

Si vives momento a momento, en su totalidad, no habrá arrepentimiento, ni culpa. Si has amado totalmente, no habrá ninguna duda. Si un día el amante se marcha, sencillamente significa que vuestros caminos se separan. Podemos despedirnos, podemos darnos las gracias. Compartimos mucho, hemos enriquecido mutuamente nuestras vidas... ¿por qué llorar, por qué sufrir?

Me preguntas: "¿Por qué me duele tanto abandonar las cosas que me causan sufrimiento?". Todavía no estás convencido de que te causen sufrimiento. Digo que te causan sufrimiento, pero que tú aún no estás convencido. Y no se trata de que yo lo diga; lo fundamental es que tú lo comprendas: «Éstas son las cosas que me hacen sufrir». Y tienes que comprender que en tu sufrimiento has invertido mucho. Si quieres esas inversiones tendrás que aprender a vivir con el sufrimiento; si quieres librarte del sufrimiento, también tendrás que abandonar esas inversiones.

¿Te has fijado en una cosa? Si le cuentas a alguien lo mucho que sufres, se pone de tu parte, te comprende. Todo el mundo compadece al que sufre. Si te gusta que la gente te compadezca, no puedes olvidar el sufrimiento: en eso has invertido.

Tendrás que librarte de ese deseo de que la gente te preste atención, de ese deseo de compasión. Francamente, desear que la gente te compadezca queda fatal: parece que estuvieras mendigando. Y recuerda una cosa: que te compadezcan o te comprendan no equivale al amor. Te hacen un favor, cumplen una especie de obligación... No es amor. A lo mejor no les caes bien pero serán amables contigo. Son los buenos modales, la cultura, la civilización, pura ceremonia... pero tú vives con falsedades. Tu sufrimiento es real y lo que consigues es falso.

¡Qué mundo tan extraño! Si consigues la paz, cambia tu relación con la gente, porque te conviertes en otra persona. Si tu relación era por tu sufrimiento, esa relación puede desaparecer.

La mente humana es absurda, inconsciente. Está profundamente dormida, roncando.

No puedes dejar las cosas que te causan sufrimiento porque aún no has visto las inversiones que has realizado, no las has observado en profundidad. No has comprendido que obtienes cierto placer de tu sufrimiento. Tendrás que renunciar a ambas cosas, y entonces desaparecerá el problema. En realidad, el sufrimiento y el placer sólo pueden abandonarse al mismo tiempo, y entonces surge la dicha.

La dicha no es placer. La dicha no es ni siquiera felicidad. La felicidad siempre va unida a la infelicidad, y el placer al dolor. Al renunciar a ambos... Quieres dejar de sufrir para ser feliz; lo enfocas mal. Tienes que dejar ambas cosas. Al ver que van unidos, los dejas; no puedes elegir sólo una parte.

Todo en la vida tiene una unidad orgánica. Dolor y placer no son dos cosas. En realidad, con un lenguaje más científico abandonaríamos esas dos palabras, dolor y placer, para acuñar una sola: placerdolor, felicidadinfelicidad, dianoche, vidamuerte. Son una sola palabra porque son inseparables. Y tú quieres elegir una parte, quieres las rosas pero no las espinas, quieres el día pero no la noche, el amor pero no el odio. Eso no va a ocurrir; las cosas no son así. Tienes que dejar ambas, y así surgirá un mundo completamente distinto, el mundo de la dicha.

La dicha es la paz absoluta, que ni el dolor ni el placer pueden perturbar.

Observa en qué consiste tu sufrimiento, qué deseos lo causan y por qué sigues aferrado a esos deseos. Y no es la primera vez que te aferras a esos deseos; siempre has vivido así, y no te ha llevado a ninguna parte. Vas trazando círculos, y no logras crecer. Sigues siendo infantil, estúpido. Naces con la inteligencia para llegar a ser un Buda, pero la malgastas en cosas innecesarias.

Los seres humanos siguen con su ego incluso en la vejez. Tienen que fingir, tienen que mantener una pose, y su vida entera no es sino una larga historia de sufrimiento. Siguen defendiéndolo. En lugar de estar dispuestos a cambiarlo, se ponen a la defensiva.

Deja todas las defensas, quítate la armadura. Empieza a observar cómo vives la vida cotidiana, momento a momento.

Obsérvalo y comprenderás lo que ocurre, lo que ha ocurrido. Siempre has elegido, y en eso consiste el problema, que has elegido una parte en detrimento de la otra, y las dos van unidas. No elijas nada. Limítate a observar y estar atento...

2 de noviembre de 2010

OM MANI PADME HUNG el mantra de la compasión

OM MANI PADME HUNGel mantra de la compasión

El mantra de la compasión, OM MANI PADME HUNG encarna la compasión y la bendición de todos los budas y bodhisattvas, e invoca en especial la bendición de Avalokiteshvara, el Buda de la Compasión. El mantra se considera la esencia de la compasión del Buda hacia todos los seres.

Se cuenta que, hace innumerables eras, mil príncipes hicieron el voto de convertirse en budas. Uno de ellos decidió llegar a ser el Buda que conocemos con el nombre de Gautama Siddharta; Avalokiteshvara, empero, hizo el voto de no alcanzar la iluminación hasta que los otros mil príncipes se hubieran convertido en budas. Además, en su infinita compasión, hizo también el voto de liberar a todos los seres conscientes de los sufrimientos de los distintos reinos del samsara, y formuló la siguiente plegaria antes los budas de las diez direcciones: “Que pueda ayudar a todos los seres, y si alguna vez me canso de esta gran obra, que mi cuerpo se destruya en mil pedazos”. En primer lugar, se dice, descendió a los reinos infernales, y luego fue ascendiendo gradualmente, pasando por el mundo de los espíritus hambrientos, y así sucesivamente hasta llegar al reino de los dioses. Una vez allí, casualmente volvió la vista hacia abajo y consternado descubrió que, aunque había salvado a innumerables seres del infierno, seguían cayendo en numero igualmente incalculable. Esto lo sumió en el más profundo pesar y por un momento casi perdió la fe en el noble voto que había hecho, de manera que su cuerpo estalló en mil pedazos. En su desesperación, Avalokiteshvara pidió ayuda a todos los budas, que acudieron a socorrerlo desde todas las direcciones del universo, en forma de una suave ventisca de copos de nieve. Con su gran poder, los budas volvieron a reunir los pedazos, y a partir de entonces Avalokiteshvara tuvo once cabezas y mil brazos, y un ojo en la palma de cada mano, como símbolo de esa unión de sabiduría y medios útiles que es la marca de la auténtica compasión.

Se cuenta que en su pesar ante los sufrimientos del samsara le cayeron dos lágrimas de los ojos, lágrimas que, por la bendición de los budas, se convirtieron en las dos Taras. Una es Tara Verde, que es la fuerza activa de la compasión, y la otra es Tara en su forma blanca, que es el aspecto maternal de la compasión. El nombre Tara significa “la que libera”; la que nos transporta a la otra orilla del océano del samsara.
Está escrito en los sutras del Mahayana que Avalokiteshvara dio su mantra al propio Buda, y Buda a su vez le concedió la tarea noble y especial de ayudar a todos los seres del universo a alcanzar la budeidad. En aquel momento, todos los dioses hicieron caer una lluvia de flores sobre ellos, la tierra tembló y el aire resonó con el sonido OM MANI PADME HUM HRIH.

Dice un poema:

Avalokiteshvara es como la luna cuya fresca luz extingue los fuegos ardientes del samsara; bajo sus rayos, el loto de la
compasión de floración nocturna abre por completo sus pétalos.

Las enseñanzas explican que cada una de las seis sílabas que componen el mantra, OM MA NI PAD ME HUM, tiene una virtud específica y poderosa para provocar la transformación en distintos aspectos de nuestro ser. Las seis sílabas purifican completamente las seis ponzoñosas emociones negativas, que son manifestación de la ignorancia y que nos hacen obrar de un modo negativo con el cuerpo, el habla y la mente, creando así el samsara y los sufrimientos que en él experimentamos. Por mediación del mantra, el orgullo, los celos, el deseo, la ignorancia, la codicia y la ira se transforman en su verdadera naturaleza, las sabidurías de las seis familias de budas que se manifiestan en la mente iluminada.

Así pues, cuando recitamos OM MANI PADME HUM, se purifican las seis emociones negativas que son la causa de los seis reinos del samsara. Es así como la recitación de las seis sílabas evita el renacimiento en los seis reinos, y disipa además el sufrimiento inherente a cada uno de ellos. Al mismo tiempo, recitar OM MANÍ PADME HUM purifica por completo los agregados del yo, los skandas, y perfecciona las seis clases de acción trascendental del corazón de la mente iluminada, las paramitas de la generosidad, la conducta armoniosa, la paciencia, el entusiasmo, la concentración y la sabiduría. Se dice también que OM MANÍ PADME HUM confiere una poderosa protección contra toda clase de influencias negativas y contra varias formas distintas de enfermedad.

A menudo se añade al mantra la sílaba HRIH, la «sílaba semilla» de Avalokiteshvara, de modo que se convierte en OM MANÍ PADME HUM HRIH. HRIH, la esencia de la compasión de todos los Budas, es el catalizador que activa la compasión de los Budas para transformar nuestras emociones negativas en su naturaleza de sabiduría.

Pensando en quienes están familiarizados con el mantra y lo han recitado con fe y fervor durante toda la vida, el Libro tibetano de los muertos reza porque: «Cuando (en el bardo) el sonido de dharmata ruge como un millar de truenos, pueda todo convertirse en el sonido de las seis sílabas». De un modo semejante, en el Surangama Sutra leemos:

Cuan dulcemente misterioso es el sonido trascendental de Avalokiteshvara. Es el sonido primordial del universo. [...] Es el murmullo apagado de la marea que se retira. Su sonido misterioso trae liberación y paz a todos los seres conscientes que en su dolor piden ayuda, y les da una estabilidad serena a todos los que buscan la paz ilimitada del Nirvana.

(El libro tibetano de la vida y de la muerte. Sogyal Rimpoche)

www.nixipae.comel mantra de la compasión

El mantra de la compasión, OM MANI PADME HUNG encarna la compasión y la bendición de todos los budas y bodhisattvas, e invoca en especial la bendición de Avalokiteshvara, el Buda de la Compasión. El mantra se considera la esencia de la compasión del Buda hacia todos los seres.

Se cuenta que, hace innumerables eras, mil príncipes hicieron el voto de convertirse en budas. Uno de ellos decidió llegar a ser el Buda que conocemos con el nombre de Gautama Siddharta; Avalokiteshvara, empero, hizo el voto de no alcanzar la iluminación hasta que los otros mil príncipes se hubieran convertido en budas. Además, en su infinita compasión, hizo también el voto de liberar a todos los seres conscientes de los sufrimientos de los distintos reinos del samsara, y formuló la siguiente plegaria antes los budas de las diez direcciones: “Que pueda ayudar a todos los seres, y si alguna vez me canso de esta gran obra, que mi cuerpo se destruya en mil pedazos”. En primer lugar, se dice, descendió a los reinos infernales, y luego fue ascendiendo gradualmente, pasando por el mundo de los espíritus hambrientos, y así sucesivamente hasta llegar al reino de los dioses. Una vez allí, casualmente volvió la vista hacia abajo y consternado descubrió que, aunque había salvado a innumerables seres del infierno, seguían cayendo en numero igualmente incalculable. Esto lo sumió en el más profundo pesar y por un momento casi perdió la fe en el noble voto que había hecho, de manera que su cuerpo estalló en mil pedazos. En su desesperación, Avalokiteshvara pidió ayuda a todos los budas, que acudieron a socorrerlo desde todas las direcciones del universo, en forma de una suave ventisca de copos de nieve. Con su gran poder, los budas volvieron a reunir los pedazos, y a partir de entonces Avalokiteshvara tuvo once cabezas y mil brazos, y un ojo en la palma de cada mano, como símbolo de esa unión de sabiduría y medios útiles que es la marca de la auténtica compasión.

Se cuenta que en su pesar ante los sufrimientos del samsara le cayeron dos lágrimas de los ojos, lágrimas que, por la bendición de los budas, se convirtieron en las dos Taras. Una es Tara Verde, que es la fuerza activa de la compasión, y la otra es Tara en su forma blanca, que es el aspecto maternal de la compasión. El nombre Tara significa “la que libera”; la que nos transporta a la otra orilla del océano del samsara.
Está escrito en los sutras del Mahayana que Avalokiteshvara dio su mantra al propio Buda, y Buda a su vez le concedió la tarea noble y especial de ayudar a todos los seres del universo a alcanzar la budeidad. En aquel momento, todos los dioses hicieron caer una lluvia de flores sobre ellos, la tierra tembló y el aire resonó con el sonido OM MANI PADME HUM HRIH.

Dice un poema:

Avalokiteshvara es como la luna cuya fresca luz extingue los fuegos ardientes del samsara; bajo sus rayos, el loto de la
compasión de floración nocturna abre por completo sus pétalos.

Las enseñanzas explican que cada una de las seis sílabas que componen el mantra, OM MA NI PAD ME HUM, tiene una virtud específica y poderosa para provocar la transformación en distintos aspectos de nuestro ser. Las seis sílabas purifican completamente las seis ponzoñosas emociones negativas, que son manifestación de la ignorancia y que nos hacen obrar de un modo negativo con el cuerpo, el habla y la mente, creando así el samsara y los sufrimientos que en él experimentamos. Por mediación del mantra, el orgullo, los celos, el deseo, la ignorancia, la codicia y la ira se transforman en su verdadera naturaleza, las sabidurías de las seis familias de budas que se manifiestan en la mente iluminada.

Así pues, cuando recitamos OM MANI PADME HUM, se purifican las seis emociones negativas que son la causa de los seis reinos del samsara. Es así como la recitación de las seis sílabas evita el renacimiento en los seis reinos, y disipa además el sufrimiento inherente a cada uno de ellos. Al mismo tiempo, recitar OM MANÍ PADME HUM purifica por completo los agregados del yo, los skandas, y perfecciona las seis clases de acción trascendental del corazón de la mente iluminada, las paramitas de la generosidad, la conducta armoniosa, la paciencia, el entusiasmo, la concentración y la sabiduría. Se dice también que OM MANÍ PADME HUM confiere una poderosa protección contra toda clase de influencias negativas y contra varias formas distintas de enfermedad.

A menudo se añade al mantra la sílaba HRIH, la «sílaba semilla» de Avalokiteshvara, de modo que se convierte en OM MANÍ PADME HUM HRIH. HRIH, la esencia de la compasión de todos los Budas, es el catalizador que activa la compasión de los Budas para transformar nuestras emociones negativas en su naturaleza de sabiduría.

Pensando en quienes están familiarizados con el mantra y lo han recitado con fe y fervor durante toda la vida, el Libro tibetano de los muertos reza porque: «Cuando (en el bardo) el sonido de dharmata ruge como un millar de truenos, pueda todo convertirse en el sonido de las seis sílabas». De un modo semejante, en el Surangama Sutra leemos:

Cuan dulcemente misterioso es el sonido trascendental de Avalokiteshvara. Es el sonido primordial del universo. [...] Es el murmullo apagado de la marea que se retira. Su sonido misterioso trae liberación y paz a todos los seres conscientes que en su dolor piden ayuda, y les da una estabilidad serena a todos los que buscan la paz ilimitada del Nirvana.

(El libro tibetano de la vida y de la muerte. Sogyal Rimpoche)

19 de octubre de 2010

Anicca, la impermanencia

Si contemplamos nuestra vida veremos claramente cuántas tareas sin importancia, a las que llamamos “responsabilidades”, se acumulan para llenarla. Un maestro las compara con “hacer la limpieza de la casa en sueños”. Nos decimos que queremos dedicar nuestro tiempo a las cosas importantes de la vida, pero nunca tenemos tiempo. El mero hecho de levantarnos por la mañana supone una multitud de tareas: abrir la ventana, hacer la cama, ducharse, limpiarse los dientes, dar de comer al perro o al gato, fregar los platos de la noche anterior, descubrir que te has quedado sin azúcar o café, salir a comprarlo, preparar el desayuno... Es una lista interminable. Luego hay que buscar la ropa, elegirla, plancharla, volverla a guardar. ¿Y el cabello? ¿Y el maquillaje? Desvalidos, vemos cómo se nos llenan los días de llamadas telefónicas y proyectos triviales, de responsabilidades y responsabilidades...¿O no deberíamos llamarlas irresponsabilidades?

Parece que nuestra vida nos vive, que posee su propio impulso imprevisible, que nos lleva; en último término, nos parece que no tenemos elección ni control sobre ella. Naturalmente, esto a veces nos hace sentir mal, tenemos pesadillas y despertamos sudorosos, preguntándonos: “¿Qué estoy haciendo de mi vida?”. Pero nuestros temores sólo duran hasta la hora del desayuno; aparece el maletín y volvemos a estar donde empezamos.

La palabra “cuerpo” en tibetano es lü, que quiere decir “algo que se deja atrás”, como el equipaje. Cada vez que decimos lü, recordamos que sólo somos viajeros refugiados temporalmente en esta vida y este cuerpo. Así, en Tíbet la gente no se distraía ni se pasaba todo el tiempo procurando hacer más cómodas sus circunstancias externas. Se daban por satisfechos si tenían lo suficiente para comer, la espalda cubierta de ropa y un techo sobre su cabeza. Lo que hacemos nosotros, tratar obsesivamente de mejorar nuestras condiciones, puede convertirse en un fin en sí mismo y en una distracción vana. ¿A quién que estuviera en su sano juicio se le ocurriría redecorar minuciosamente la habitación de un hotel cada vez que se alojara en uno?

A veces pienso que el mayor logro de la cultura moderna es su brillante manera de vender el samsara y sus distracciones estériles. La sociedad moderna me parece una celebración de todas las cosas que alejan de la verdad, que hacen difícil vivir para la verdad y que inducen a la gente a dudar incluso de su existencia. Y pensar que todo esto surge de una civilización que dice adorar la vida, pero en realidad la priva de todo sentido real; que habla sin cesar de “hacer feliz a la gente”, pero que de hecho obstruye su camino a la fuente de auténtica alegría.

Este samsara moderno se alimenta de la misma ansiedad y depresión que induce en todos nosotros y que fomenta cuidadosamente con una maquinaria de consumo que necesita mantenernos deseosos para continuar funcionando. (...) Cuanto más intentamos escapar, parece que más caemos en las trampas que con tanto ingenio nos tiende. Así, obsesionados por falsas esperanzas, sueños y ambiciones que prometen felicidad pero sólo conducen a la desdicha, somos como personas que se arrastran por un desierto sin fin, muertas de sed. Y todo lo que este samsara nos ofrece para beber es un vaso de agua salada que intensifica nuestra sed.

NUBES DE OTOÑO

En su monasterio de Nepal, el más ancianos de los discípulos de mi maestro que aún seguían con vida, el gran Dilgo Khyentse Rimpoché, llego al fin de una enseñanza. Era uno de los maestros más destacados de nuestra época, profesor del propio Dalai Lama y de muchos otros maestros que lo consideraban un tesoro inagoable de sabiduría y compasión. Todos alzamos la mirada hacia ese hombre apacible y resplandeciente, erudito, poeta y místico que había pasado veintidós años de su vida en retiro. Dilgo Khyentse Rimpoché hizo una pausa y contempló la lejanía:

-Tengo ya setenta y ocho años y a lo largo de mi vida he visto muchas cosas. Muchos jóvenes han muerto, muchas personas mayores han muerto. Muchas personas encumbradas han descendido. Muchas personas de humilde posición se han encumbrado. Muchos países han cambiado. Ha habido muchos desórdenes y tragedias, muchas guerras y plagas, mucha y terrible destrucción en todo el mundo. Y, no obstante, todos estos cambios no son más reales que un sueño. Si se mira a fondo, se advierte que no hay nada permanente ni constante, nada, ni siquiera el menor pelo del cuerpo. Y esto no es una teoría, sino algo que realmente podéis llegar a conocer, percibir y ver incluso con vuestros propios ojos.

Muchas veces me pregunto: “¿Cómo es que todo cambia?” Y sólo encuentro una respuesta: Así es la vida. Nada, nada en absoluto posee el menor carácter duradero. Buda dijo:

Esta existencia nuestra es tan pasajera como las nubes de otoño.
Observar el nacimiento y muerte de los seres
Es como contemplar los movimientos de un baile.
La vida entera es como un relámpago en el cielo;
Se precipita a su fin como un torrente por una empinada montaña.


Una de las principales razones por la que tanto nos cuesta y tanta angustia nos produce afrontar la muerte es que ignoramos la verdad de la impermanencia. Tan desesperadamente deseamos que todo siga como está que suponemos que las cosas podrían continuar igual. Esta ficción es el endeble cimiento sobre el cual construimos nuestra vida.

En nuestra mente los cambios siempre equivalen a pérdida y sufrimiento. Damos por supuesto, tercamente y sin ponerlo a tela de juicio, que la permanencia proporciona seguridad y la impermanencia no. Pero, en realidad, la impermanencia es difícil e inquietante al principio, pero cuando se la conoce mejor, mucho más amigable y menos perturbadora de lo que hubiéramos podido imaginar.

Reflexione sobre esto: la percepción de la impermanencia es, paradójicamente, la única cosa a que podemos aferrarnos, nuestra única posesión duradera. Es como el cielo y la tierra. Aunque todo a nuestro alrededor cambie o se venga abajo, ellos se mantienen. Supongamos que pasamos por una demoledora crisis emocional: toda nuestra vida parece desintegrarse...nuestro cónyuge nos abandona de pronto, sin aviso previo. La tierra sigue ahí, el cielo sigue ahí. Naturalmente, incluso la tierra tiembla de vez en cuando, para recordarnos que no podemos dar nada por sentado.

Incluso Buda murió. Su muerte fue una enseñanza, para sacudir a los ingenuos, los indolentes y los complacientes, para despertarnos a la verdad de que nada es permanente y que la muerte es una realidad inevitable de la vida. Cuando se acercaba a la muerte, Buda dijo:

De todas las huellas de pisadas, la del elefante es la suprema;
de todas las meditaciones sobre la presencia mental,
la de la muerte es la suprema.


Siempre que perdamos la perspectiva o nos dejamos llevar por la pereza, reflexionar sobre la muerte y la impermanencia nos devuelve de una sacudida a la verdad:

Lo que ha nacido morirá,
Lo que se ha recogido se dispersará,
Lo que se ha acumulado se agotará,
Lo que se ha construido se derrumbará
Y lo que ha estado en alto descenderá.


¿Qué es nuestra vida sino una danza de formas efímeras? ¿No está todo cambiando constantemente, las hojas de los árboles del parque, la luz de su habitación mientras lee esto, las estaciones, el clima, la hora del día, la gente con la que se cruza por la calle? ¿Y nosotros qué? ¿Acaso no nos parece un sueño todo lo que hemos hecho en el pasado? Los amigos con los que crecimos, los lugares favoritos de nuestra infancia, las creencias y opiniones que en otro tiempo tan apasionadamente defendíamos: lo hemos dejado todo atrás. Ahora, en este instante, leer esto le parece algo vívidamente real. Pero incluso esta página no tardará en ser sólo un recuerdo.

Las células de nuestro cuerpo mueren, las neuronas de nuestro cerebro se deterioran, hasta la expresión de nuestra cara está siempre cambiando según nuestro estado de ánimo. Hoy estamos contentos porque las cosas marchan bien; mañana sentimos lo contrario. Nuevas influencias nos dominaron cuando cambiaron las circunstancias. Somos impermanentes, las influencias son impermanentes, y en ninguna parte hay algo sólido ni duradero que podamos señalar.

¿Qué puede haber más imprevisible que nuestros pensamientos y emociones? Nuestra mente es tan impermanente y efímera como un sueño. Observe un pensamiento: viene, permanece un tiempo y se va. El pasado ya ha pasado, el futuro aún no ha surgido e incluso el pensamiento presente, mientras lo experimentamos, se convierte en pasado.

Lo único que tenemos en realidad es el ahora.


A veces, cuando enseño estas cosas, se me acerca alguien al terminar y me dice:“¡Todo esto es tan evidente! Siempre lo he sabido. Explíqueme algo nuevo”. Entonces le pregunto: “¿Ha comprendido y captado realmente la verdad de la impermanencia? ¿La ha integrado hasta tal punto en todos sus pensamientos, respiraciones y movimientos, que su vida ha quedado transformada? Hágase estas dos preguntas: ¿Recuerdo en todo momento que estoy muriendo, y que todas las demás personas y cosas también mueren, de modo que trato a todos los seres en todo momento con compasión? Mi comprensión de la muerte y de la impermanencia, ¿es tan aguda y urgente que dedico hasta el último segundo a la búsqueda de la superación espiritual? Si puede responder "sí" a estas dos preguntas, entonces ha comprendido de verdad la impermanencia”.

(Extracto de El libro tibetano de la Vida y la Muerte, Sogyal Rimpoché).


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6 de septiembre de 2010

UN ARTE

El arte de perder no es muy difícil;
tantas cosas contienen el germen
de la pérdida, pero perderlas no es un desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la inquietud de perder  
las llaves de las puertas, las horas malgastadas.
El arte de perder no es muy difícil.
Después intenta perder lejana, rápidamente:
lugares, y nombres, y la escala siguiente
de tu viaje. Nada de eso será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! desaparecieron
la última o la penúltima de mis tres queridas casas.
El arte de perder no es muy difícil.
Perdí dos ciudades entrañables. Y un inmenso
reino que era mío, dos ríos y un continente.
Los extraño, pero no ha sido un desastre.
Ni aun perdiéndote a ti (la cariñosa voz, el gesto
que amo) me podré engañar. Es evidente
que el arte de perder no es muy difícil,
aunque pueda parecer (¡escríbelo!) un desastre.
Elizabeth Bishop

5 de septiembre de 2010

El auténtico corazón de la tristeza

Bodhi significa “despertar” o “alerta” y chitta quiere decir “corazón”, de modo que bodhichitta significa “corazón despierto”. El corazón despierto adviene cuando estamos dispuestos a afrontar nuestro propio estado anímico. Quizá esto parezca una gran exigencia, pero resulta absolutamente indispensable. Debemos examinarnos y preguntarnos cuántas veces hemos intentado entrar en contacto, plena y verdaderamente, con nuestro corazón.

Cuando nos encorvamos, estamos intentado ocultar nuestro corazón y tratando de protegerlo ahuecándonos sobre él. Pero cuando nos sentamos erguidos y tranquilos, en la postura de meditación, nuestro corazón está desnudo y todo nuestro ser se haya expuesto tanto a nosotros mismos como a los demás. Simplemente con dejarnos ser, tal como somos, comenzaremos a sentir, poco a poco, verdadera amistad por nosotros mismos.

Si buscamos el corazón despierto, si nos metemos la mano en el pecho en busca de él, no encontraremos nada, sólo una sensación dolorida. Sentimos algo sensible y tierno y, si abrimos los ojos al resto del mundo, sentimos una inmensa tristeza, una tristeza que no procede del hecho de haber sido maltratados. No estamos tristes porque alguien nos haya insultado ni porque nos sintamos desposeídos. Esta experiencia de tristeza es, más bien, algo incondicional que tiene lugar porque nuestro corazón se haya completamente al descubierto. No hay piel ni tejido que lo protejan. Nuestra experiencia es cruda, tierna y exclusivamente personal.

El auténtico corazón de la tristeza proviene de la sensación de que nuestro inexistente corazón está lleno a rebosar.

La verdadera intrepidez procede de la ternura. Proviene de dejar que el mundo roce ligeramente nuestro corazón, nuestro corazón bello y palpitante. Estamos dispuestos a abrirnos, sin resistencia ni timidez, para afrontar el mundo. Estamos dispuestos a compartir nuestro corazón con los demás.

Trungpa, Chogyam. Enseñanzas esenciales.

26 de agosto de 2010

EL PROPÓSITO DE LA VIDA

Hay una gran pregunta que subyace bajo nuestras experiencias, no importa que pensemos en ella
conscientemente o no.

¿Cuál es el propósito de la vida? He considerado esta pregunta y me gustaría compartir mis pensamientos con la esperanza de que puedan aportar un beneficio práctico y directo a todos aquellos que los lean.

Creo que el propósito de la vida es ser feliz. Desde el momento del nacimiento, cada ser humano busca la felicidad y no quiere el sufrimiento. Esto no se ve afectado ni por las condiciones sociales o de educación ni por las ideologías. Desde lo más profundo de nuestro ser, simplemente deseamos ser felices. No sé si el universo con sus incontables galaxias, estrellas y planetas, tiene un significado más profundo o no, pero en último término está claro que nosotros, seres: humanos que vivimos en esta tierra, nos enfrentamos a la tarea de conseguir una vida feliz. Por ello, es importante descubrir aquello que traiga consigo el mayor grado de felicidad.

Mi_biografia_espiritual Extraído de Dalai Lama. Mi biografía espiritual. Ed. Planeta. 2010

18 de agosto de 2010

Carta de Patrul Rinpoché, con buenos consejos para sí mismo

Shri hijo mío, debes llevar esto en tu mente:

Hay tres cosas que no deberían de olvidarse:
El Guru lleno de gracia,
El Buda iluminado
Memoria y conciencia.

Hay tres cosas que deberían recordarse:
El preceptor que te ordena,
Las enseñanzas que revelan el sendero,
Y la disciplina.

Hay tres cosas que debes tener:
Una mente que permanezca donde esta el cuerpo,
Un cuerpo que permanezca en el lugar adecuado,
Una mente que more en un estado de relajación.

Hay tres cosas que es mejor olvidar:
La cólera contra los enemigos,
El apego a los seres amados,
El sueño perezoso.

Hay tres cosas que es mejor restringir:
La lengua en público,
La mano en privado,
Los pensamientos siempre.

Hay tres cosas sobre las que uno debería de guardar silencio:
Las propias virtudes,
Las faltas de otros,
Nuestras intenciones para el futuro.

Hay tres cosas de las que uno no debe dar muestras:
El impulso a renunciar a los apegos mundanos,
La cebada trampa de la propia hipocresía,
La insistencia en exhibir el propio fervor religioso.

Hay tres cosas en las que uno debería de ser flexible:
Hablando con un amigo,
Llevando las vestimentas propias del país,
Dirigiendo la mente hacia el Dharma.

Hay tres cosas que no deberían de escucharse:
Palabras aduladoras,
Charlas de última locura,
Consejo de un necio.

Hay tres cosas que uno no debería ambicionar:
La fortuna de un hombre rico,
Una posición de categoría,
Vestidos superfluos.

Hay tres cosas de las que uno no debería hablar mal:
De una persona respetada,
De la mercancía de otro,
De un buen amigo.

Hay tres cosas que uno no debe ensalzar:
A un hombre que es vilipendiado por otros,
A un loco presuntuoso,
A tu propio hijo ante los demás.

Hay tres cosas que uno no debería ni ensalzar ni criticar:
A los familiares,
A un hombre del que nada sabes,
En realidad, a nadie.

Hay tres lugares a los que no deberíamos ir:
Entre gente hostil,
A una aglomeración multitudinaria,
A un lugar donde se juega.

Hay tres cosas de las que no se debería hablar:
Del Dharma a quienes no quieren oírlo,
De asuntos privados con extraños,
De fantasías sin sentido.

Hay tres cosas que no deberían hacerse:
Comportarse temperamentalmente con un amigo,
Hablar inconsecuentemente,
Actuar con dos caras.

Hay tres cosas de las que uno debería refrenarse:
Presumir de la propia importancia,
Señalar repentinamente las faltas de los demás,
Menospreciar a los demás.

Hay tres cosas que uno no debería ofrecer:
Devoción a un charlatán,
Regalos a aquellos de más alto rango,
Los más infinitos pensamientos a cualquiera.

Hay tres cosas en las que uno no debería dejar la mente:
El cuerpo de hermosas muchachas,
La conducta de un amigo,
Las propias virtudes.

Hay muchas otras cosas que deberías recordar, pero lo esencial es observarte a ti mismo en todo momento. No lo olvides, tanto la práctica mundana como espiritual están aquí contenidas. Estas pocas palabras están llenas de profundo significado, no las ignores.

A mi querido hijo, Shri, de Naljorpa Trime-Lodro.patrul rimpoche 

15 de agosto de 2010

¿AMO BIEN?

Al emprender la vida espiritual, lo importante es sencillo: hemos de asegurarnos de que nuestra vía está conectada con nuestro corazón. La vida espiritual no es un proceso de buscar o conseguir alguna condición extraordinaria o poderes especiales. En realidad, dicha búsqueda puede alejarnos de nosotros mismos. Si no vamos con tiento, podemos encontrarnos pronto con los grandes fracasos de nuestra moderna sociedad –su ambición, materialismo y aislamiento individual- repetidos en nuestra vida espiritual.

Cuando nos preguntamos: “¿Estoy siguiendo un camino con corazón?” descubrimos que nadie puede definir por nosotros cómo debe ser dicho camino. Surgirá una respuesta en algún recóndito lugar en nosotros, y con ella, la comprensión. Si permanecemos quietos y escuchamos en profundidad, aunque sea por un instante, sabremos si seguimos un camino con corazón.

Podemos conversar con nuestro corazón como si se tratara de un buen amigo. Cuando le preguntamos por nuestro camino actual, hemos de observar los valores que hemos escogido para vivir. ¿Dónde ponemos nuestro tiempo, nuestra fuerza, nuestra creatividad, nuestro amor? Lo que escogemos, ¿refleja lo que valoramos más?

caminocorazon [120x200] Extracto de Camino con corazón, de Jack Kornfield

12 de agosto de 2010

TODO CUANTO TE OCURRE ES CORRECTO

A_chah ¿Dónde se encuentra el Dharma? El Dharma entero está aquí, con nosotros. Sea lo que sea que te ocurra, es correcto, tal como ha de ser. Cuando te hagas viejo, no creas que hay algo erróneo en la vejez. Cuando te duela la espalda, no pienses que hay algo que no está bien. Si estás sufriendo, no lo consideres injusto. Si eres feliz, no pienses que está mal sentirte así.

Todas estas experiencias son el Dharma. El sufrimiento no es más que sufrimiento. La felicidad no es más que felicidad. El calor no es más que calor. El frío no es más que frío. No se trata de: “Soy feliz, estoy sufriendo, soy bueno, soy malo, he ganado, he perdido algo”. ¿Acaso una persona puede perder algo? Claro que no, ya que no hay más que vacío. Ganar es el Dharma, perder es el Dharma. Ser feliz y sentirse cómodo es el Dharma. Estar incómodo es el Dharma. Significa que en lugar de apegarte a todos estos estados, los reconoces tal como son. Si eres feliz, piensas: “¡Oh!, la felicidad no es duradera”. Si estás sufriendo, piensas: “¡Oh!, el sufrimiento no es duradero”. “¡Oh!, esto es maravilloso, pero no es permanente”. ¡Oh!, esto es horrible, pero no es permanente”. Todos esos estados tienen sus límites, o sea que no te apegues a ellos.

El Buda nos enseñó que todo es impermanente. Así son las cosas, no acatan nuestros deseos. La noble verdad de la impermanencia gobierna el mundo, es lo único permanente que hay en él. Pero nosotros creemos lo contrario, por eso debemos fijarnos en esta noble verdad. Sea lo que sea lo que te ocurra, acéptalo. Todo cuanto te ocurre es correcto por naturaleza, ya que es impermanente y está cambiando sin cesar. Nuestro cuerpo es así. Todos los fenómenos del cuerpo y de la mente son así. No podemos evitarlo, ni tampoco impedir que dejen de cambiar. Cambian sin cesar porque son impermanentes. Si no luchas contra esta realidad, siempre serás feliz, sea cual sea tu situación. Dondequiera que estés sentado, serás feliz. Dondequiera que duermas, serás feliz. Incluso no te importará demasiado hacerte viejo. Cuando te duela la espalda al ponerte de pie, pensarás: “Si, es lo más normal del mundo”. Así es como ha de ser, no lucharás contra ello. Cuando el dolor desaparezca, quizá pienses: “¡Si! ¡Así es mejor!”. Pero no, no es mejor. La espalda volverá a doler porque estás vivo. Así es como son las cosas, o sea que has de procurar que tu mente sea consciente de la realidad de la impermanencia constantemente y no olvidarte nunca de ella mientras practicas. Tenla siempre presente y no confíes en las cosas demasiado, confía en su lugar en el Dharma, en que la vida es tal como es. No creas en la felicidad No creas en el sufrimiento. No caigas en la trampa de correr tras cualquier estado.

Con esta base, sea lo que sea lo que te ocurra, no importará, porque no hay nada que sea permanente. El mundo es así. De esta manera se abrirá un camino: la plena conciencia de sí, la atención vigilante y la sabiduría que todo lo impregna. Si lo sigues, no habrá nada que pueda engañarte, porque ya habrás tomado el camino correcto. Al ser siempre consciente de la realidad de la impermanencia, todo cuando afrontas en tu vida es el Dharma.

(Extracto de Todo llega, todo pasa. Ajahn Chah)

11 de agosto de 2010

LAS CINCO PRÁCTICAS DE LA ATENCIÓN PLENA (Thich Nhat Hanh)

PRIMERA PRÁCTICA DE LA ATENCIÓN PLENA

Consciente del sufrimiento causado por la destrucción de la vida, me comprometo a cultivar la compasión y a aprender formas de proteger la vida de las personas, animales, plantas y minerales. Tomo la firme determinación de no matar, no dejar que otros maten y no tolerar ningún acto mortal en el mundo, ni en mi pensamiento ni en mi forma de vivir.

SEGUNDA PRÁCTICA DE LA ATENCIÓN PLENA.

Consciente del sufrimiento causado por la explotación, la injusticia social, el robo y la opresión, me comprometo a cultivar la benevolencia y a aprender formas de trabajar por el bienestar de las personas, animales, plantas y minerales. Practicaré la generosidad compartiendo mi tiempo, energía y recursos materiales con aquellos que están necesitados. Tomo la firme determinación de no robar y no poseer nada que pertenezca a otros. Respetaré la propiedad de los demás, pero impediré que otros se aprovechen del sufrimiento humano o del sufrimiento de otras especies de la Tierra.

TERCERA PRÁCTICA DE LA ATENCIÓN PLENA.

Consciente del sufrimiento causado por la conducta sexual irresponsable, me comprometo a cultivar la responsabilidad y a aprender formas de proteger la seguridad e integridad de los individuos, las parejas y la sociedad. Tomo la firme determinación de no implicarme en relaciones sexuales sin amor y sin un compromiso a largo plazo. A fin de preservar mi propia felicidad y la de los demás, tomo la firme determinación de respetar mis compromisos y los de los demás. Haré todo lo que esté en mi mano para proteger a los niños de abusos sexuales y para evitar que parejas y familias se rompan a causa de una conducta sexual irresponsable.

CUARTA PRÁCTICA DE LA ATENCIÓN PLENA.

Consciente del sufrimiento causado por hablar inconscientemente y por la incapacidad de escuchar a los demás, me comprometo a cultivar la palabra afectuosa y la escucha profunda a fin de aportar alegría y felicidad a los demás y aliviar su sufrimiento. Sabiendo que las palabras pueden crear felicidad o sufrimiento, tomo la firme determinación de hablar con sinceridad, con palabras que inspiren autoconfianza, alegría y esperanza. No propagaré rumores cuya veracidad desconozca ni criticaré o condenaré cosas de las que no esté seguro. Me abstendré de pronunciar palabras que puedan causar división o discordia  o que puedan provocar la ruptura de la familia o la comunidad. Me esforzaré al máximo por reconciliar y resolver todos los conflictos, por pequeños que sean.

QUINTA PRÁCTICA DE LA ATENCIÓN PLENA.

Consciente del sufrimiento causado por el consumo irreflexivo, comprometo a cultivar una buena salud, tanto física como mental, para mí, mi familia y la sociedad, practicando un modo de comer, de beber y de consumir conscientemente. Ingeriré únicamente productos que preserven la paz, el bienestar y el gozo en mi cuerpo, en mi conciencia y en el cuerpo colectivo y la conciencia de mi familia y la sociedad. Tomo la firme determinación de no consumir alcohol ni ninguna otra sustancia intoxicante, ni ingerir comidas u otros productos que contengan toxinas, como ciertos programas de televisión, revistas, libros, películas y conversaciones. Soy consciente de que dañar mi cuerpo o mi conciencia con esos venenos es traicionar a mis antepasados, a mis padres, a mi sociedad y a las generaciones futuras. Me esforzaré por transformar la violencia, el miedo, la ira y la confusión en mí mismo y en la sociedad. Comprendo que una dieta adecuada es fundamental para la autotransformación y para la transformación de la sociedad.

Extracto del libro Vivir el Budismo, o la práctica de la atención plena, Thich Nhat Hanh y otros. Editorial Kairos.

Flores de Madre Ayahuasca

foto flores de ayahuasca